Estudios argentinos muestran que hay mayor incidencia de cáncer y malformaciones congénitas en zonas en las que se usan pesticidas. De acuerdo con los investigadores, los pesticidas están relacionados también con trastornos endócrinos y reproductivos.
Por Andrea Gentil Revista Noticias
San Nicolás, San Jorge, La Leonesa y Barrio Ituzaingó están lejos entre sí. En las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Chaco y Córdoba, más precisamente. Pero algo une a estas poblaciones, algo más fuerte que la simple ubicación en el mapa geográfico de la Argentina. “Son solo algunos de los lugares donde el aumento de casos de cáncer, malformaciones congénitas, trastornos endrócrinos y reproductivos se vienen sufriendo y detectando desde que las fumigaciones sistemáticas con agrotóxicos se volvieron algo cotidiano”.
La conclusión sale de la boca de los médicos e investigadores científicos que confeccionaron el informe del Primer Encuentro Nacional de Médicos de Pueblos Fumigados, que se reunió hace poco menos de un año en Córdoba, y que este año tuvo una continuación en Santa Fe. En estas reuniones, grupos de médicos de diversas especialidades presentaron sus trabajos de investigación, estadísticas y casos referentes a personas que enferman, o que nacen con malformaciones producto, advierten, de los efectos dañinos de pesticidas y agrotóxicos.
“Si bien las manifestaciones de intoxicación aguda son la demanda cotidiana de estos pacientes, lo que más alarma a los médicos de los pueblos fumigados son dos observaciones principales: una mayor cantidad de recién nacidos que presentan malformaciones congénitas y muchos más abortos espontáneos que los que habitualmente se producían en sus poblaciones de pacientes. En segundo lugar, una mayor detección de cánceres en niños y adultos, y enfermedades severas como hepatopatías tóxicas y trastornos neurológicos”, explica el informe.
Lo que sucede con estos médicos es que conocen íntimamente a las poblaciones en las que trabajan; atienden desde hace años a la misma gente y están encontrándose, aseguran, con que la incidencia de este tipo de trastornos es, desde hace unos años, inusualmente alta. Después de investigar y analizar no dudan, y las vinculan con las “fumigaciones sistemáticas con plaguicidas”.
Casos. El médico pediatra y neonatólogo Rodolfo Páramo, se encontró en la ciudad Malabrigo, en el norte de Santa Fe, con que en el año 2006 hubo 12 nacimientos con malformaciones sobre un total de 200. Y ese mismo año cuatro chicos murieron debido a malformaciones congénitas en Rosario del Tala, Entre Ríos. En ambas zonas, dicen los médicos, había habido fumigaciones masivas con agrotóxicos.
Un ejemplo más. Pueblos del centro de la provincia del Chaco (Napenay, Gancedo, Santa Silvina, Tres Isletas, Colonia Elisa y Avia Terai) han tenido en los últimos años mayor cantidad de personas con insuficiencia renal, malformaciones congénitas, cáncer en habitantes muy jóvenes, abortos espontáneos y dificultad para concebir.
¿Cuál es la explicación a esto? Equipos de salud de las zonas dicen haber comprobado que todo se debe al mayor nivel de contaminación química del ambiente que trajo consigo la industrialización de la agricultura. Los pequeños algodonales desaparecieron, junto con el bosque nativo, y fueron ampliamente reemplazados por grandes emprendimientos agrícolas de tipo industrial, con la soja a la cabeza. Un tipo de agricultura que va de la mano con el uso de grandes cantidades de agrotóxicos.
Andrés Oliva, andrólogo de la ciudad de Rosario, halló en cinco pueblos del sur de Santa Fe que quienes manipulan agroquímicos presentan 2,5 veces más incidencia de disfunción eréctil, además de un notable aumento en la cantidad de estrógenos en sangre. Los estrógenos son las hormonas características del sexo femenino, y eso es lo que detectaron las investigaciones: una extendida feminización latente.
“Lo que sucede con estos trabajos es que coinciden con lo que ya habíamos encontrado en la literatura científica de otras partes del mundo, como la India –resume Medardo Avila Vázquez, pediatra y neonatólogo, exsecretario de salud de la Municipalidad de Córdoba, y a la sazón al frente de la Red Universitaria de Ambiente y Salud–. La verdad es que la gente se dio cuenta antes de que todo esto estaba pasando; hace alrededor de 10 años que hay pobladores que denuncian esta situación. Los médicos empezaron después sus investigaciones, y la medicina basada en la evidencia nos está dando la razón. Ya hay dos facultades de Medicina, la de la Universidad de Córdoba y la de la Universidad de Rosario, que han hecho investigaciones y se encontraron con estos resultados”.
De vieja data. “La exposición crónica a los plaguicidas se encuentra asociada a daños en la salud que incluyen neurotoxicidad, efectos carcinogénicos e inmunológicos, alteraciones de la reproducción y el desarrollo. Estos hallazgos se encuentran descriptos en individuos que están expuestos frecuentemente a diferentes mezclas de pesticidas, ya sea simultáneamente o en serie, lo que hace difícil identificar los efectos de cada pesticida en forma individual”, explican María Fernanda Simoniello, Elisa Kleinsorge y Marta Carballo, bioquímicas que trabajan en universidades de Santa Fe y Buenos Aires. Después de estudiar los efectos de plaguicidas sobre trabajadores rurales, las investigadores comprobaron que quienes están tanto directa como indirectamente expuestos a esas sustancias tienen dañado su ADN. Es decir, su material genético básico.
En La Leonesa, Chaco, la situación alcanzó su punto culminante después de que se instalara una arrocera que usa fuertes cantidades de plaguicidas para su producción. Los vecinos organizaron reclamos cada vez más fuertes, hasta que se formó una comisión oficial que estudió los contaminantes del agua.
Los resultados de un primer informe muestran que hubo un importante aumento en la cantidad de malformaciones congénitas en recién nacidos, de acuerdo con los datos del Servicio de Neonatología del Hospital J. C. Perrando de Resistencia. Si en el año 1997 la incidencia de las malformaciones había sido de 19 por cada 10.000 nacidos vivos, en el 2008 esa cifra saltó a 85 por cada 10.000. Los científicos destacan que cuando se superponen los mapas que muestran, por un lado, los casos de malformaciones y cánceres y, por el otro, uno que grafica cuáles son las zonas en las que más cantidad de glifosato se usa, “se nota claramente que las áreas de mayor incidencia son, al mismo tiempo, zonas sojeras con una elevada utilización de glifosato y otros plaguicidas”.
“En la provincia del Chaco se reconoce, ahora oficialmente, lo que los pobladores venían manifestando desde hace muchos años: que la actividad laboral con agroquímicos o la exposición habitacional por vecindad está relacionada con problemas reproductivos, abortos espontáneos repetidos y graves malformaciones congénitas”, puntualizan desde la Red Universitaria de Ambiente y Salud, que congrega a una cantidad de médicos e investigadores de pueblos fumigados.
En Misiones también hay casos. Hugo Gómez Demaio, cirujano pediátrico y jefe de pediatría del Hospital de Posadas, halló que en ese centro de salud hay 70 veces más casos de ciertos defectos congénitos (en el tubo neural) que en el resto de la provincia, según los datos del Centro Latinoamericano de Malformaciones Congénitas (CELAM). Cuando se investiga dónde viven los padres de esos bebés, salta a la vista que “todos provienen de zonas fuertemente fumigadas”.
Y algo similar ocurre con los cánceres infantiles. El equipo de Demaio, inclusive, encontró que los chiquitos menores de un año expuestos a agroquímicos presentan peores resultados en las evaluaciones diseñadas para medir el desarrollo neurocognitivo.
Otro trabajo presentado en los encuentros de Médicos de pueblos fumigados indica que los bebés nacidos con malformaciones congénitas en Córdoba aumentaron entre dos y tres veces de 1971 al 2005.
Según Gladis Trombotto, genetista del Hospital Universitario, Maternidad y Neonatología de la Universidad Nacional de Córdoba, la intensidad de las fumigaciones aumenta en coincidencia con la de las malformaciones. Y lo mismo sucedería en Chile, Paraguay, España, Colombia, Estados Unidos, México, Filipinas, Canadá, de acuerdo con la bibliografía científica de los últimos años.
Identikit. Los culpables de cánceres, abortos espontáneos, trastornos de la fertilidad, problemas a nivel respiratorio, endocrino, hematológico se suman a las malformaciones congénitas. Y todos ellos responden, dicen médicos e investigadores científicos, a una variedad de plaguicidas y sustancias agroquímicas. El glifosato es el más famoso, aunque no el único.
No selectivo y de amplio espectro, el glifosato es absorbido por las hojas y mata a las plantas. Pero esto no sucede si lo que el agricultor usa son semillas transgénicas, modificadas para resistir al glifosato sin sufrir daño. Es así como el glifosato es el principio activo del herbicida Roundup (el nombre comercial que le dio la empresa Monsanto), y hay maíz, soja, algodón, resistentes al glifosato. Es decir, que soportan ser rociados con el herbicida sin sufrir daño.
“El endosulfano y el clorpirifos son muy tóxicos. De hecho, hace un mes murió un chiquito por envenenamiento con endosulfano en una tomatera de Corrientes –puntualiza Avila Vázquez–. El glifosato es menos tóxico, pero el hecho es que de los 300 millones de hectáreas en las que se usan agroquímicos en la Argentina, 250 millones reciben glifosato. De manera que es la sustancia con mayor incidencia porque es la más usada”.
El año pasado, una investigación hecha en Sri Lanka (Asia) por el toxicólogo Andrew Dawson, estuvo basada en el seguimiento de diez mil personas que habían intentado suicidarse ingiriendo agrotóxicos. Y lo que hallaron es que la clasificación actual de los pesticidas, que se basa en los efectos que ellos provocan sobre ratas de laboratorio, no es totalmente válida entre los seres humanos. Porque entre las personas los efectos no siempre son coincidentes con los que se han llegado a registrar en experimentos con roedores.
La abamectina, que según los estudios de Dawson tiene una letalidad del 11%, está clasificada como no tóxica por la FDA (la agencia que regula los alimentos y medicamentos en los Estados Unidos y a la que todos los organismos similares del mundo miran). Es decir que, con los resultados obtenidos en esta investigación, debería ser considerada como una sustancia altamente peligrosa. Otro ejemplo es el clorpirifos, el veneno más usado para suicidarse según los registros de Dawson, y mata en el 7,6% de los casos. El dimetoato, que tiene una letalidad del 20,6%, fue sacado del mercado de Sri Lanka.
En los Estados Unidos, un estudio hecho por científicos entre campesinos, arrojó otro tipo de resultados: aquellos con mayor cantidad de días de exposición a los pesticidas agrícolas tienen un 50% más de chance de sufrir una depresión clínica que aquellos que pasan mucho menos tiempo en contacto con las sustancias. La posibilidad de ser diagnosticados como deprimidos aumenta al 80% cuando están expuestos a insecticidas del tipo organofosfatados (los más conocidos son el clorpirifos, el diazinón y el malatión). Con estos resultados, queda abierto el interrogante, advierten los científicos estadounidenses, de si los agroquímicos pueden provocar, también. enfermedades de tipo psiquiátrico.
Otro estudio, esta vez hecho por la Escuela de Salud Pública de Harvard, descubrió que hay un 70% más de peligro de desarrollar Mal de Parkinson entre quienes están expuestos, inclusive, a bajos niveles de pesticidas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Programa de Medio ambiente de las Naciones Unidas estiman que cada año unos tres millones de campesinos de los países en desarrollo experimentan envenenamientos severos por el uso de pesticidas. Y que alrededor de 18.000 mueren.
“Lo que nosotros planteamos es que se prohíban las fumigaciones aéreas y que las terrestres se alejen de las zonas pobladas, tal y como sucede en la Unión Europea”, argumenta Medardo Avila Vázquez. Y enfatiza: “Los pesticidas son veneno, y como tales no deben usarse ni cerca ni mucho menos encima de la gente”.
Avila Váquez cree que se precisa cambiar algunos aspectos de la legislación. “Es cierto que hay reglamentaciones provinciales en cuanto a no fumigar, y medidas como requisamiento de los equipos y multas para quienes no cumplan con lo que está reglamentado. Pero se necesita –opina– una ley nacional que considere a la violación de esas reglamentaciones como un delito. De ese modo, además, sería más sencillo y menos burocrático el proceso de denunciar y penar a quienes infrinjan la ley”.