Es cada vez más difícil llamar “catástrofes naturales” a incendios, huracanes, inundaciones o sequías cuyos orígenes y consecuencias encuentran claras responsabilidades humanas. Entrevista a Antonio Elio Brailovsky, especialista en Medio Ambiente y Ecología.
Por Fabián Bosoer Fuente: Diario Clarín
En América latina, el tema ambiental fue incorporado por todas las reformas constitucionales y legislaciones de los últimos años. Sin embargo, no se incluyó explícitamente el derecho a respirar aire limpio, beber agua pura, comer alimentos libres de contaminación. Es decir, el centro está puesto en el ambiente y no en las personas afectadas por ese ambiente. Falta una ética que incluya los derechos humanos de las generaciones futuras. Es el planteo de Antonio Elio Brailovsky, Licenciado en Economía Política de la UBA y una de las figuras más relevantes de la ecología argentina. Es profesor titular de la UBA y la UB y autor de una “Historia ecológica de Iberoamérica” (Capital Intelectual) en dos tomos, que va desde los mayas al Quijote y desde la independencia a la globalización. Fue convencional constituyente de la Ciudad de Buenos Aires y autor del capítulo ambiental de la Constitución porteña. A propósito de incendios o desastres como el de Tartagal plantea que hay que modificar el modo de entender la prevención y la defensa civil.
– Hay una idea bastante extendida sobre la relativa novedad de la conciencia ambiental, debida a fenómenos como el cambio climático, las contaminaciones, el agotamiento de recursos…
– Todas las sociedades tienen que resolver su relación con el entorno porque dependen de ese entorno para sobrevivir. De cómo lo resuelvan depende su futuro, su destino. Uno piensa en sociedades como la Babilonia bíblica o la de Teotihuacán en el Valle de México, las dos entraron en decadencia y se derrumbaron por el mismo motivo: por sobreexigir el suelo en un mismo sistema de riego. Otras sociedades tuvieron mejor suerte. Pero desde la antigüedad cada sociedad humana se plantea este problema. A veces en forma explícita: lo decimos; otras, simplemente sufren las consecuencias.
– Sin embargo, da la impresión de que estamos en un momento en el que esta pregunta -cómo resolver la relación con el ambiente- es nuevamente cuestión de supervivencia.
– Sí, y es la primera vez en la historia humana que aparece como un problema global. Siempre fue un problema local: cómo hacía el conde para que no se erosionaran las tierras de su condado; cómo hacía el faraón de Egipto para mantener lo que Herodoto decía: “Egipto, regalo del Nilo”. Siempre fue local el problema, en este momento el cambio cualitativo es que es internacional, porque los problemas son mundiales. Es decir, todos los problemas de la atmósfera, principalmente el cambio climático, no se pueden resolver a escala local. Requieren concertación internacional, acuerdo, discusiones, peleas, conflictos. Este cambio de escala es lo que hace que no sea un problema acá u otro allá, sino que estén interconectados, mucho más de lo que estuvieron en cualquier otra etapa de la historia.
– Esto viene ocurriendo desde hace por lo menos dos décadas. Y mientras tanto ¿cuánto se hizo para enfrentar el problema?
– El cambio climático viene ocurriendo, en realidad, sin que nos diéramos cuenta, prácticamente desde la Revolución Industrial. Tuvimos una Edad Media cálida, un período frío que empezó en el Renacimiento y terminó a mediados del siglo XIX. Y a partir de allí empezó a ir subiendo lentamente la temperatura y empezó este cambio. Tal vez de origen natural, fue acelerado por todos los humos generados por una civilización del fuego. A partir de la Revolución Industrial, primero máquina de vapor, después quema de petróleo, la nuestra es una civilización del fuego. Esto provoca muy ligeros cambios en la atmósfera que provocan muy ligeros cambios en la temperatura. Si hay un pequeño cambio de temperatura, cambia todo, no sólo la temperatura. Cambian las lluvias, los regímenes de lluvia, de grandes tormentas, de inundaciones, de sequías… Y para esto nuestras sociedades no estaban preparadas.
– ¿Y es lo que ocurre, se sigue improvisando?
– Se sigue improvisando. Como cuando escuchamos: “y ahora, ¿qué hacemos frente a la sequía?” Bien, hacia el año 1200, Marco Polo se encontró con que el emperador de China -que ni siquiera era chino, era un invasor mongol- tenía estancias, en las cuales criaba ganado para atender a aquellos poblados que hubieran sufrido un desastre. Cuando pasaba una sequía, una epidemia, les enviaba ganado. Era un “fondo especial de desastres”, hecho por Kublai Khan hace ochocientos años. El tipo no sabía dónde iba a haber un desastre ni qué iba a pasar. Si alguna vez había un desastre en alguna parte, tenía el fondo hecho. Tenía ganado. Entonces uno dice: si se podía hacer hace ochocientos años, tener ya el fondo de desastres preparado, ¿por qué no podemos ahora? Así, cada vez que hay un desastre nos ponemos a pensar: ¿y ahora qué hacemos?
– Y en este caso puntual, ¿cómo operaría una respuesta preventiva efectiva frente a desastres?
– Doy un ejemplo fuera de Argentina. El cambio climático significó una ampliación de la franja de huracanes. Cuando llega el huracán Katrina a Estados Unidos, a Nueva Orleans, y destruye la ciudad, no hay nada previsto. Ni formas de evacuación, ni mapas de riesgo, ni asistencia a la población vulnerable. Katrina produce diez mil muertos. Al mes siguiente un huracán de fuerza semejante afecta Cuba. Con mapas de riesgo -es decir “aquí, aquí y aquí puede pasar algo”-, con una población que se enteraba por la radio y la televisión que el grupo tal se va a evacuar. Cada uno agarraba su bolsito y se iba a la parada a esperar el ómnibus, que ya sabía que si alguna vez en la vida lo iban a evacuar, tomaba el ómnibus 4, que lo iba a llevar a tal escuela en tal provincia. Huracanes semejantes: en Estados Unidos, Katrina causó diez mil muertos, huracán Denis en Cuba causó diez muertos. La diferencia entre diez y diez mil es la estrategia de prevención. Nosotros en Santa Fe sabíamos, todo el mundo sabía, todos los hidrólogos lo decían: “Miren que se viene una inundación. Hay que hacer esto”. No se hizo nada en prevención, había que volar un terraplén, realizar obras de desagüe, preparar la población que estaba en el bajo…
– ¿A qué lo atribuye? ¿Comodidad, ignorancia; o un atavismo, el de una tierra que siempre provee y nunca se agota?
– Yo creo que hay una visión de corto plazo que viene de nuestra historia. El Derecho Ambiental se incorpora doctrinariamente, pero sigue siendo el “patito feo” de los derechos humanos. Es decir, los organismos de derechos humanos, públicos y no gubernamentales, las defensorías del pueblo, toman marginalmente los temas ambientales. La Constitución incorpora alguna vaga alusión al “ambiente sano” y un montón de convenciones como anexo. Cuando uno mira esas convenciones, no hay ninguna de “derecho al ambiente sano”, porque además, no existe. Tenemos Convención Internacional de los Derechos del Niño, Convención Internacional contra la Violencia en la Mujer, Convención Internacional contra la Tortura y no tenemos ninguna convención internacional de derechos al ambiente sano. Tenemos sólo convenciones de recursos naturales: residuos peligrosos, agua, etc. O sea, recursos como objeto. Ahora, cuando uno habla de derechos humanos, uno habla del ser humano. Y deberíamos decir en algún lado: “La gente tiene derecho a tomar agua que sea pura, a respirar aire que sea aire de verdad… a comer alimentos que no tengan plaguicidas”.
– ¿Qué es lo que está faltando?
– Hay un hilo conductor de pensadores que hemos tenido y que hemos ido escondiendo y olvidando. Simón Bolívar tenía la misma formación que Manuel Belgrano: habían leído autores semejantes, estaban influidos por Humboldt, y por una cantidad de pensadores que se oponían a la concepción económica dominante. La economía de ese momento -siglo XVIII, principios del siglo XIX- era la de los reyes, el mercantilismo, para la cual la riqueza era el dinero -en aquel momento el oro-. Y lo que ellos planteaban era una economía distinta de los pueblos. Para la economía de los pueblos, la riqueza era el trabajo sobre los recursos naturales. Lo que planteaban tanto Bolívar como Belgrano era que “los pueblos tienen que conservar sus recursos naturales, usarlos de una manera -como ahora diríamos- sustentable”. Intentan hacer diseños de explotaciones agropecuarias nacionales, enseñar a cultivar. También los hombres de la Generación del ’80, con sus más y sus menos, pensaron el país del siglo siguiente, y Buenos Aires tuvo un sistema de provisión de agua potable y cloacas que fue pionero en el mundo.
– ¿Cuáles son hoy las urgencias en materia ambiental desde las cuales pensar y hacer el mediano plazo?
– El primer tema es el cuidado de las fuentes de agua potable; otro, el de exigir evaluaciones de impacto ambiental, y el tercero, la prevención ante la situación del cambio climático. Es necesaria una estrategia de prevención de desastres: sequías, inundaciones, incendios, explosiones. Hay que superar el viejo modelo militar de la defensa antiaérea pasiva, que consistía en darles instrucciones a los civiles sobre cómo actuar ante un bombardeo del enemigo. Una emergencia no es un tema exclusivo de Defensa Civil, sino de todos los habitantes. Una sociedad resistente a las emergencias debe tener la máxima información posible. Pero claro, eso suele ir en contra de la lógica de los gobiernos, que creen que es mejor no preocupar a la gente.