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Equipos de Pastroral Advierten sobre la situación de la Tierra y los Recursos Naturales

En una declaración conjunta titulada “La Tierra: Un don de Dios dado a todos”, los equipos de Pastoral Social de los obispados de San Carlos de Bariloche, Comodoro Rivadavia y Neuquén y la Vicaría de la Fraternidad de la diócesis de Viedma, advirtieron sobre la situación actual de la tierra y los recursos naturales de la región, y aseguraron que “el dios mercado imperante” los ve “como un gran negocio”, poniendo en riesgo “la vida de las comunidades y de toda la creación dejada a nuestro cuidado”.

Fuente: Agencia AICA

Asimismo, denunciaron “métodos mentirosos” de agentes inmobiliarios, empresas y latifundistas para quedarse con estos recursos; y rechazaron el modelo económico y las acciones “paternalistas y clientelistas de subsidios y chapas de cartón” del Estado.

También exigieron políticas que impidan la especulación inmobiliaria y clamaron por “que se respete el derecho a tener un espacio en esta tierra”.

Texto completo del pronunciamiento

“La tierra es un don de Dios, don que Él hizo para todos los seres humanos… No es lícito, por lo tanto, porque no es conforme con el designio de Dios, usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos, dejando a los otros, la inmensa mayoría, excluidos”

(Juan Pablo II, Recife, Brasil, 7 de junio de 1980)

Como miembros de los equipos de Pastoral Social de las Diócesis de Viedma, Neuquén, Comodoro Rivadavia y San Carlos de Bariloche, queremos manifestar nuestra preocupación frente a la compleja problemática de la tierra en la región, que podemos resumir en estas dolorosas situaciones:

  • La especulación inmobiliaria,
  • La extranjerización de la tierra y su concentración en pocas manos,
  • El vaciamiento de la zona rural,
  • Los proyectos de la minería metálica a cielo abierto,
  • La falta de viviendas en las zonas urbanas,
  • La construcción de barrios cerrados, que brindan seguridad sólo a unos pocos,
  • Las tomas compulsivas de tierras y los desalojos,
  • El no acceso libre a las costas de lagos y ríos,
  • La destrucción del medio ambiente (como el caso del vertedero en Bariloche),
  • El desproporcionado y creciente precio de propiedades y alquileres,
  • La ausencia de políticas de urbanización,
  • La emigración por falta de oportunidades de trabajo, de salud, de vivienda,
  • Y la dura realidad que hoy viven los pueblos originarios.

Todas estas problemáticas están profundamente unidas, tienen una dimensión global, pero de forma creciente y acelerada están repercutiendo en nuestra Patagonia y en nuestras diócesis, poniendo en riesgo la vida en toda su diversidad.

En oposición a nuestro Dios de la Vida, hoy el dios mercado imperante ve a la tierra y a sus recursos como un gran negocio, y desde esa visión pone en peligro la vida de las comunidades y de toda la creación dejada a nuestro cuidado.

Con métodos mentirosos, los pocos beneficiados de este millonario negocio de la tierra y los recursos naturales (latifundistas, empresas mineras, agentes inmobiliarios…), van aprovechando las necesidades de la población para prometerles trabajo, servicios, asistencia sanitaria, y otros favores que no son respuestas verdaderas ni superadoras de la crisis en la que estamos sumergidos.

Por medio de engaños van quedándose con la tierra y los recursos naturales; manipulan la voluntad popular, restan fuerza a las instituciones intermedias, quieren imponen su ideología en los medios de comunicación y corromper a nuestros representantes políticos para que terminen sirviendo a intereses particulares.

Podemos leer en el mensaje “Una Tierra para Todos”, elaborado en 2005 por los obispos de nuestro país:

“La pérdida de la concepción de la tierra como un don de Dios para el bienestar de todos está en la raíz de toda concentración, apropiación indebida y depredación de los recursos naturales”.

La tierra con toda su riqueza, su belleza, su diversidad, su equilibrio amenazado es nuestro hogar y es responsabilidad de todos cuidarla y protegerla con sabiduría teniendo en cuenta a las próximas generaciones.

No podemos ser indiferentes frente a este tema tan vital. Como personas de fe creemos que es nuestra responsabilidad rendirle cuenta al Dios de la vida, por la injusticia, la pobreza, la violencia, la división… en una palabra, “por la muerte” que está generando este ídolo del dios mercado.

Pero también queremos agradecer a todas las personas de buena voluntad, que desde distintas organizaciones populares, políticas, credos, medios de comunicación, están haciendo tomar conciencia de este saqueo encubierto que se lleva lo que es de todos.

Agradecemos a los que informan con la verdad, generando conciencia de lo que realmente estamos viviendo.

Agradecemos a todos los que se movilizan pacíficamente y generosamente para cambiar esta realidad, generadora de tanta violencia.

Por eso, para que la tierra sea de todos:

  • Nos oponemos rotundamente a este modelo económico, que sigue promoviendo la existencia de “ricos cada vez más ricos, a costa de pobres cada vez más pobres”, como lo señalaba Pablo VI en su Encíclica “Sobre el Desarrollo de los Pueblos” (33).
  • Necesitamos de manera urgente políticas y leyes que prioricen el bien común, que no permitan la especulación inmobiliaria, que favorezcan la redistribución de las riquezas.
  • Clamamos para que se respete el derecho a tener un espacio en esta tierra y a tener una vivienda digna en una comunidad integrada y abierta.
  • Reclamamos por un Estado que planifique la urbanización, que estimule a los crianceros y agricultores para que no se vayan del campo a las ciudades para engrosar los cinturones de pobreza.
  • Esperamos un Estado que abandone el paternalismo y el clientelismo de subsidios y chapas de cartón, y asuma su responsabilidad de liderazgo en la construcción de una sociedad justa, igualitaria y participativa

Recordamos nuevamente a Juan Pablo II cuando nos enseñaba que “sobre toda propiedad privada recae una hipoteca social” (Puebla, México, 1979). Es decir, el derecho de propiedad privada, según la Doctrina Social de la Iglesia, no es incondicional; debe estar comprendido por los límites de la función social de la propiedad.

Por todo esto, invocamos a Dios Padre para que escuche “el clamor de su pueblo”, para que nos dé el coraje de seguir anunciando y construyendo una patria de hermanos, donde la tierra sea el hogar que nos cobije a todos.

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