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Argentina y Paraguay: Los costos sociales del millonario negocio de la soja.

Argentina y Paraguay comparten el ser los territorios dónde monocultivos como la soja han avanzado con mayor intensidad en las últimas décadas: el principal destino de esta producción es la Unión Europea.

En esta crónica, Ralph Allgaier, periodista de la agencia de cooperación de los católicos alemanes MISEREOR, registra testimonios e impresiones de una visita realizada a comunidades campesinas de ambos países, que  se defienden de esta avanzada sojera. “Los consumidores europeos tienen una cuota de responsabilidad del rumbo de las políticas agropecuarias en Latinoamérica”, subraya el director de Políticas de Desarrollo de MISEREOR, Bernd Bornhorst.

Por Ralph Allgaier
MISEREOR


La ruta atraviesa como un hilo tenso los campos despoblados al sudeste de Paraguay. Al viajero que va de Itapúa a Coronel Oviedo se le presenta una inmensidad vasta de campos sembrados hasta el horizonte, en algunas partes también hay ganado pastando. Sólo raras veces se ven casas. En medio de la soledad, como de sorpresa, encontramos un pequeño asentamiento, en una angosta franja entre la ruta y los campos inmensos. Un puñado de familias campesinas vive aquí amontonado en casuchas armadas precariamente con ramas y lonas. Llueve y los campesinos están entre el barro, destemplados  por causa de una brisa húmeda que revive en el otoño.

Amablemente nos dan la bienvenida, aunque todavía no son ni las ocho. Enseguida nos cuentan su triste historia. Que están obligados a vivir aquí en tierra de nadie, con sus muchos hijos al lado de la ruta de tránsito pesado altamente frecuentada, y que por supuesto no se trata de una decisión que hayan tomado ellos voluntariamente. Durante generaciones vivieron en tierras pertenecientes al territorio de Paraguay, pudieron alimentar a sus familias como campesinos, nada les faltaba. Pero ocurrió que no tenían los títulos para sus tierras, un hecho muy frecuente no sólo en Paraguay, sino también en el país vecino, Argentina.

Aurelio Bustamente cuenta que “entonces, un día vinieron los supuestos dueños de nuestras tierras y nos mostraron títulos falsos”. Los campesinos recibieron amenazas e intimidaciones masivas, y se los expulsó luego de sus tierras. Ahora, sólo les quedan los bordes de las calles, y esto desde hace hasta 13 años. Es un destino que comparten con muchos paisanos: “Intentamos resistir los desalojos acudiendo a instancias jurídicas -explica Bustamente- intentamos ir a la fiscalía, la instancia jurídica máxima”. Hasta ahora, ha sido en vano. “Los tribunales no trabajan con nosotros, están con los usurpadores”. El hecho de que el derecho a sus tierras y a una vida digna esté expresada en la Constitución paraguaya, parece no importar, al menos en el caso de estos campesinos.

Paraguay, a pesar de ser gobernado formalmente de manera democrática desde fines de la dictadura del General Alfredo Stroessner en el año 1989, está marcado por corrupción masiva. No se puede confiar en las instituciones estatales, y las decisiones jurídicas muchas veces se toman con coimas. Y así, los campesinos una y otra vez son expulsados de sus tierras con la ayuda de la represión policial.

La carrera por los suelos fértiles en América Latina se lleva a cabo hace años, ininterrumpidamente. Los inversores y empresas transnacionales ven en países como Argentina o Paraguay las mejores condiciones para sus negocios millonarios y sus enormes ganancias. Aquí se sientan las bases para garantizar la producción de grano de soja para alimentación animal de la industria de la carne en Europa, como también aceite de soja para la producción de agrocombustibles.

En Paraguay se duplicó la tierra sembrada con soja entre 2001 y 2007. Un 67% de estas tierras se encuentra en manos de empresarios extranjeros. Los monocultivos de la soja, también tienen fuertes impactos ambientales, acabando con grandes extensiones de monte autóctono. Un 80% del monte nativo paraguayo en Alto Paraná se perdió entre 1976 y 2005 en beneficio de los cultivos de soja.

En la región chaqueña de parques y sabanas, los cultivos de soja recobran dimensiones cada vez más grandes. Según un censo agropecuario, las tierras implicadas en estos monocultivos crecieron entre 1988 y 2002 un 66,8%.  Las tierras nuevas se ganan por medio del desmonte del bosque nativo. En tan sólo cuatro años (de 1998 a 2002), la provincia perdió 117.000 hectáreas de su vegetación autóctona. En este contexto, es importante destacar que en el Chaco se encuentran –después de la región del Amazonas- las extensiones de monte nativo más grandes de América Latina.

Argentina es el tercer productor de soja a nivel mundial después de los EE.UU. y Brasil, y el exportador mundial más importante de harina y aceite de soja. La harina de soja para la alimentación animal se exporta mayoritariamente a Europa. Argentina también constituye, con 1.4 millones de toneladas anuales, el proveedor más importante de agrocombustibles a base de soja para la Unión Europea. “Los consumidores europeos tienen una cuota de responsabilidad del rumbo de las políticas agropecuarias en Latinoamérica”, subraya el director del departamento de Política de Desarrollo de MISEREOR, Bernd Bornhorst. “Esto es de primordial importancia, teniendo en cuenta las medidas para los agrocombustibles.”

A pesar de eso, el gobierno argentino aspira a una ampliación de la expansión transnacional del agronegocio: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner presentó unos pocos meses atrás un plan estratégico para el desarrollo agropecuario del país, a través de cuyo empleo Argentina se convertiría en “el líder del mercado agropecuario y alimenticio”. El plan prevé una producción de soja de aproximadamente 71 millones de toneladas (un 34 por ciento más que en 2010) en diez años. Además, se estima un crecimiento del 317 por ciento de la producción de agrocombustibles a base de soja entre  2010 y 2020. La presión que estas políticas significan para los pequeños productores y la población campesina, se sobreentiende. Y, como no podría ser de otra manera, durante nuestro viaje por Argentina y Paraguay nos encontramos una y otra vez con campesinos, cuya existencia, y muchas veces también cuya salud, están puestas en peligro por el boom de la soja.

Visitamos a Luis Ignacio Avellanal Medici, quien vive y trabaja, junto a otras familias campesinas, en una chacra notable cerca de la pequeña ciudad argentina Añatuya en la provincia Santiago del Estero.  Lo rodea un paisaje idílico de montes y praderas, donde cría vacas, cabras, chanchos y gallinas. Pero hace tiempo que él y sus familiares reciben amenazas. Supuestos dueños de la tierra le disputan su territorio “en el que ya vivieron mis padres y mis abuelos”.  En su defensa, Avellanal Medici acudió al INCUPO (Instituto de Cultura Popular), una contraparte de MISEREOR desde hace muchos años.  Gracias a la ayuda de INCUPO, los campesinos afectados pudieron defenderse por vía jurídica satisfactoriamente contra los supuestos dueños. Con el apoyo de MISEREOR, también se alambró las tierras en cuestión: “Nuestra propiedad, hoy en día es reconocida jurídicamente”.

Sin embargo, el miedo de Avellanal Medici persiste: “Ahora nos denunciaron personas con complicidad de la justicia por supuestas ventas ilegales de madera, para poder desalojarnos de todas maneras”. Además, ocurre frecuentemente que tierras se vendan de manera ilícita tres o cuatro veces, de modo que se tiene que seguir lidiando con futuras pretensiones y reclamos. MISEREOR se posiciona del lado de los afectados: a través del financiamiento de INCUPO. Esta organización benéfica de la ciudad alemana de Aachen, apoya todos los esfuerzos de defender y recuperar las propiedades de los pequeños productores, informarlos sobre sus derechos, ofrecer propuestas educativas y ayudarlos en el uso agropecuario tradicional de sus tierras, acorde a su cultura.

Oscar Gamarra, presidente de la Unión de Pequeños Productores Chaqueños (UnPeProCh), destacó que el desplazamiento de la población campesina por causa de inversiones internacionales a gran escala, también se lleva a cabo por otras vías: en los campos de soja (transgénica en más del 90 por ciento de los casos), el uso masivo de agrotóxicos para el aumento de la producción está a la orden del día. Los aviones fumigadores sobrevuelan los campos de soja muy cerca del suelo, y riegan no sólo los campos, sino también las poblaciones con sus agrotóxicos, contaminando las plantaciones vecinas para el autoabastecimiento de las poblaciones. Los agrotóxicos también se filtran en el agua de los tanques, instalados en los techos de las casa para el uso personal. “Nos contaminan el agua –denuncia Felipa González- nuestros hijos se enferman, los bebés nacen con malformaciones”. Joana Ozuna está desesperada: “No podemos seguir viviendo así”. También los agrotóxicos y pesticidas pueden ser un medio para lograr el acaparamiento de tierras.

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