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Experiencia de recuperación del bosque santiagueño con prácticas agroecológicas

El 26 de junio, la publicación Sobre La Tierra entrevistó al Dr. Santiago Cotroneo, quien pertenece a la Cátedra de Forrajicultura -socia de la Redaf- de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Buenos Aires (FAUBA). En la misma explica los resultados de un estudio, realizado por varios investigadores, sobre el bosque nativo del chaco santiagueño y su vinculación con las comunidades que lo habitan. A continuación reproducimos la nota completa:

En el Chaco Santiagueño, recuperan bosques con prácticas agroecológicas.

En el marco de un proyecto multidisciplinario, investigadores de la UBA identificaron múltiples factores que degradan el sistema, estudiaron los efectos de la clausura estacional como estrategia de restauración y verificaron aumentos de hasta 10 veces en la producción de forraje.

En la zona de Añatuya, en la provincia de Santiago del Estero, los campesinos crean clausuras para impedir el pastoreo del ganado durante la estación de crecimiento del forraje. Con esta práctica logran aumentar la productividad de los pastos nativos.

(SLT-FAUBA) En la mayoría de las regiones semiáridas del planeta, la exclusión del pastoreo durante la estación de crecimiento del forraje es una estrategia frecuente para luchar contra la degradación de bosques y sabanas. En el Chaco Semiárido argentino, una región marcada por el avance de la agricultura y la deforestación, un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) determinó que dichas exclusiones pueden aumentar hasta 10 veces la producción de forraje en bosques degradados. La investigación es parte de un proyecto multidisciplinario en Santiago del Estero, donde los campesinos que implementaron este manejo consiguieron recuperar la vegetación nativa y alimentar sus animales en distintas épocas del año.

“En el Chaco Semiárido existen bosques muy heterogéneos en diferente estado de degradación, entre ellos, los bosques maduros o de dos quebrachos, los bosques secundarios o algarrobales, y los arbustales o fachinales. El maduro es el bosque menos degradado, con árboles altos. El secundario posee árboles más bajos que crecieron luego del abandono de la agricultura, en áreas con cierto manejo, y el arbustal es el estado más degradado por causa del sobrepastoreo, el desmonte, los cultivos y el fuego”, explicó Cotroneo, docente de la cátedra de Forrajicultura de la FAUBA.

“Durante 4 años realizamos un estudio cerca de la localidad de Añatuya, en Santiago del Estero, una de las provincias argentinas más afectadas por la deforestación. Allí comparamos la cobertura del suelo y la biomasa de pastos nativos, registradas en clausuras dentro de cada uno de los tres bosques, versus esas mismas variables medidas en los campos circundantes, bajo pastoreo continuo”, señaló Santiago.

Los investigadores compararon la producción de forraje entre las áreas degradadas sin clausurar (izq., al inicio del estudio) y las clausuradas estacionalmente (der., 2 años después).

Los resultados de Cotroneo y colaboradores, publicados en la revista Journal of Arid Environments, muestran que, en 4 años, la cobertura y la biomasa de pastos aumentaron notablemente dentro de las exclusiones en bosques maduros y secundarios. “Al excluir el ganado en la estación de crecimiento, la cobertura de pastos nativos subió del 3 al 28% tanto en el bosque maduro como en el algarrobal. Y en cuanto a la biomasa de pastos, mientras en los campos circundantes fue 80 kg por hectárea, en las exclusiones en esos dos bosques fue casi de 600 kg/ha”.

“En el fachinal, la cobertura de pastos fue muy baja, cercana al 4%, durante todo el experimento, y la biomasa de pastos aumentó solamente en el año más llovedor de los cuatro, cuando casi igualó a la biomasa del algarrobal”, aclaró Santiago, quien a la luz de los resultados concluyó que el arbustal constituiría un nuevo estado —bastante estable y distinto del monte original— difícil de recuperar sólo excluyendo al ganado, y que la falta de agua es la restricción principal para restaurarlo.

En este sentido, Cotroneo recalcó que otros cambios que genera la clausura, como la recuperación las propiedades físicas del suelo y el banco de semillas de pastos nativos, permitirían desencadenar la restauración de arbustales a partir de años lluviosos. Santiago evaluó ambos aspectos en una segunda etapa del mismo estudio.

Un diagnóstico ejemplar

Los productores realizan las clausuras estacionales con alambres y/o ramas. Las áreas clausuradas tienen dimensiones que oscilan entre 2 y 20 hectáreas.

“Entender los efectos de las exclusiones al pastoreo es mirar sólo una parte del agroecosistema. La otra es considerar que en esos bosques vive gente y que existen interacciones de ida y vuelta entre ese sistema social y el natural. En la Región Chaqueña, estas relaciones son muy importantes para comprender cómo se degrada y cómo se puede recuperar el monte”, dijo Cotroneo, y agregó que “aunque existen trabajos que sugieren que ambos sistemas no pueden convivir de manera sostenible, nuestra investigación muestra, por primera vez, que la convivencia sí sería posible”. Santiago, además de Doctor en Ciencias Agropecuarias (EPG-FAUBA) también es Doctor en Agroecología (Universidad de Antioquia, Colombia) y docente de esa asignatura en la FAUBA.

El investigador destacó que para evaluar cuáles son los factores que condicionan la degradación se empleó un enfoque multidisciplinario y participativo adaptado a las condiciones del Chaco Semiárido. “Realizamos un diagnóstico que incluyó a diferentes actores que a diario toman decisiones determinantes para el sistema, como campesinos, técnicos locales, docentes de universidades, profesionales del INTA y de la Dirección de Bosques y Fauna de Santiago del Estero, entre otros. Así pudimos detectar los efectos directos e indirectos de muchos factores que degradan el sistema y comprender mejor los alcances y limitaciones de las iniciativas de restauración”.

Entre los principales factores que surgieron del diagnóstico participativo, Santiago resaltó dos: el avance de la frontera agrícola y la consecuente deforestación. “Estos cambios drásticos en el paisaje, sumados a los que ocurren en la composición de las familias y la comunidad, hacen que parte de las familias migren a las ciudades, lo cual afecta de varias maneras al sistema natural”.

“¿De qué maneras? —se preguntó retóricamente Cotroneo—. Una es reducir la diversidad de usos que se le da a la tierra, dado que se abandonan aquellas prácticas que realizaban los integrantes de la familia que se fueron. Con

La emigración de las madres con sus hijos hacia las ciudades afecta al sistema natural de distintas formas, que incluyen la reducción de la cantidad de usos del monte y la pérdida de saberes ancestrales.

ello se pierden saberes tradicionales relacionados con el uso múltiple del bosque. Otra es el hecho de que haya más alambrados, menos escuelas y, obviamente, más distancia a las escuelas que quedan. Este factor determina la emigración de madres con hijos”.

“Además, la vida en la ciudad genera una mayor demanda monetaria, y suele pasar que el dinero del campo no llega a cubrir esas necesidades. En suma, esto determina una espiral de degradación; se presiona mucho sobre las pocas actividades que quedan, la degradación avanza, la producción es cada vez más baja, y todo esto tiende a concluir con el abandono del campo o la expulsión campesina”, puntualizó.

Y añadió: “Al mismo tiempo, vimos que algunas familias o comunidades, para subsistir a este problema, realizaban estrategias para diversificar los usos de la tierra o de diferentes unidades del ambiente que ellos distinguían. Y una de esas estrategias era la que nosotros veníamos estudiando desde hacía años: las clausuras estacionales del ganado. Estas clausuras no sólo permitían restaurar la vegetación nativa y alimentar a los animales en distintas épocas del año, sino también realizar múltiples cultivos y recuperar la diversidad productiva, aumentando así la capacidad de respuesta del sistema ante amenazas naturales o del ser humano”.

La ciencia y el territorio

Santiago Cotroneo se refirió a las ventajas de encarar la problemática con un enfoque participativo. “Desde nuestros conocimientos de forrajes, ecología y agroecología pudimos profundizar en los alcances de las clausuras estacionales, y eso es muy valioso. Pero también lo es la participación de los campesinos de las 11 comunidades con las que trabajamos en Santiago del Estero desde el inicio del proyecto. Al ver que las exclusiones daban buenos resultados, hicieron muchas más y las manejaron según el tipo de bosque —identificaron hasta 5 diferentes—, de ganado —cabras o vacas—, y por la época del año, con proyectos de manejo vinculados a la Ley de Bosques”.

“Trabajamos en terreno de manera interdisciplinaria. Dictamos capacitaciones y talleres en 11 comunidades, orientados, entre otras cosas, a que los campesinos puedan reconocer la heterogeneidad de la vegetación que los rodea” (S. Cotroneo).

El investigador le contó a Sobre La Tierra que en una etapa posterior se realizaron talleres y capacitaciones en otras comunidades, y se trabajó en conjunto para reconocer la heterogeneidad de la vegetación. El resultado fue concluyente: las 11 comunidades presentaron proyectos integrales comunitarios que incluían exclusiones estacionales, en el marco del proyecto Bosques Nativos y Comunidad de la Secretaría de Ambiente.

Por último, Cotroneo avanzó sobre el rol de las instituciones públicas en este tipo de proyectos. “Ahora, como siempre, debemos esforzarnos en acompañar los proyectos. Nosotros, desde las instituciones públicas tenemos que asegurar que los fondos lleguen, aunque hoy sean mucho más escasos. Además, es fundamental que pongamos en otro lenguaje esta experiencia para que los tomadores de decisiones también puedan entenderla. Sin dudas, desde la Universidad jugamos un papel clave”.

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