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 “El ser urbano fue acorralado hacia la transformación de su personalidad en un ser consumidor”

>ENTREVISTA AL ING. MIGUEL LOVERA

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En el marco del encuentro sobre Soberanía Alimentaria e Intercambio de Semillas, realizado en el mes de mayo  en Asunción, REDAF entrevistó al Ing. Miguel Lovera, uno de los expositores del seminario regional. Este investigador fue titular del Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas (Senave), bajo la presidencia de Fernando Lugo. Actualmente, el Ing. Lovera integra el Centro de Investigación de la Realidad Rural (CEIDRA), dependiente de la Universidad Católica Nuestra Señora de Asunción.

REDAF_ En su exposición se reconoció con una identidad urbana, pero con la conciencia del papel que juega el sector rural en la alimentación de las ciudades. ¿Podría explayarse sobre ese vínculo?

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Ing. Miguel Lovera, miembro del Centro de Investigación de la Realidad Rural (CEIDRA).

MIGUEL LOVERA_ La realidad es que existe muy poca conciencia, tanto en los sectores urbanos como rurales, de la interdependencia. El ser urbano fue acorralado hacia la transformación de su personalidad en un ser consumidor, y es casi insensible a los parámetros y limitaciones que enfrenta la producción y el productor o productora rural de alimentos. Y entonces se erige en eso, sólo un consumidor: ‘ No hay tal cosa y protesto, o compro otra cosa y se terminó ’. En vez de decir: ‘ ¡No! Yo quiero comer aquello con lo que me criaron, y con lo que con lo que se criaron mis abuelos ’, que obviamente es muy sano, esa gente era muy sana. Esa gente desarrollaba su cuerpo y su mente, y desarrollaba una relación muy rica con su medio y con la biodiversidad, y con la agrobiodiversidad y con el campesino, o con el productor rural. Bueno, eso se ha roto con el advenimiento de la revolución verde, por un lado, la producción en masa de alimentos con fines comerciales. Y a partir de allí empezó a aumentar esa brecha, y después la brecha se hace cada vez más ancha con la supermercadización de la alimentación. Porque ya ni siquiera son las pequeñas despensas o almacenes donde por lo menos el dueño o la dueña sabían de donde provenía el producto, o le compraba directamente a los productores. Ahora  todo viene empaquetado, altamente elaborado, con todo tipo de conservantes, con todo tipo de agregados, supuestamente enriquecedores de la comida que nos están vendiendo. Y aparte, la materia prima original para ese alimento es materia prima producida de la forma menos aconsejable posible, con gran aporte de insumos químicos externos, agrotóxicos, fertilizantes químicos, alta mecanización, gran consumo de energía. Y entonces llegan a las fábricas productos con mucho menos nutrientes, muchas menos vitaminas, muchos menos principios minerales que la agricultura tradicional provee de forma natural. Entonces, ¿qué hace la industria para tratar de salvar ese escollo?, agregan más productos químicos, más concentrados proteicos, o más concentrados vitamínicos, más sales…para tratar de compensar esa brecha evolutiva que han creado.

R _Qué caminos se puede recorrer para revertir esa tendencia?

M.L._ Transparentar esta situación. Por un lado, queremos transmitirle  al ser urbano todo esto; y por otro, asegurar al ser rural que su rol es importantísimo y que se sientan seguros, que se sientan conscientes de que su aporte es absolutamente imprescindible para la integridad de nuestra sociedad. No sólo desde el punto de vista alimenticio y cultural  sino también desde el punto de vista de la soberanía del país. Porque un país que pierde ese nivel de identidad, que pierde su alimentación tradicional, ese es un pueblo en vías de extinción.

R_ También habló de que los pueblos campesinos e indígenas son los mayores expertos en la selección de semillas, y que no hay grupo científico que pueda agregar mejoras a lo que fue un trabajo de selección por miles de años.

M.L._  Exactamente. Hay que fijarse en un dato nomás: la cantidad de variedades que se han perdido con el advenimiento de la revolución verde y sus hijos legítimos y bastardos, es impresionante. No queda ni el diez por ciento de lo que había inicialmente. Y mucho menos a nivel comercial. Por suerte en diversidad queda mucho todavía, pero en volumen queda menos por esa competencia desleal, ni siquiera competencia, esa guerra de exterminio que hay. Exterminio de las variedades de alimentación, exterminio de la cultura campesina, exterminio de las razas locales, y sobre todo, exterminio del conocimiento. La limpieza étnica conlleva a todo eso. Eso se ha venido haciendo en América, por supuesto desde la conquista; llevamos más de 500 años de ese proceso. Entonces estamos a tiempo de salvar lo que queda ahora. Estamos a tiempo de estimular esa producción, y sobre todo a optar. Que el ser urbano al que me refería opte por ser el aliado en el proceso de producción de los campesinos. Porque les conviene, por cuestiones sanitarias, por cuestiones de soberanía e identidad. Son los campesinos y campesinas creadores y criadores de muchísimos conocimientos. Y tienen un nivel de conocimiento altamente sofisticado que les permiten a ellos, como a nadie en la ciencia, hacer una selección de la mejor manera que se pueda adquirir con conocimiento, que es a través del ensayo y el error. Y ese ensayo-error es un proceso acumulativo que viene de miles de año de agricultura…fácilmente 10 mil años. Entonces podemos tomar atajos tecnológicos, pero nunca vamos a lograr los resultados que ha logrado ese proceso que tiene un pivote central que es la adaptación. Ninguna de estas variedades fue seleccionada sin tener en cuenta la adaptación al medio. ¿Por qué? Porque la cultura de ese ser humano que la seleccionó está ligada y adaptada al medio. Esa cultura es inseparable del medio ambiente, del medio climático en la que se desarrolla. Por eso tienen, aparte, esa super garantía, que es la de la adaptación y adaptabilidad. Eso no se obtiene a través de la cría moderna de las variedades, por eso es que vemos esfuerzos colosales por adaptar la naturaleza a las variedades o a las especies de moda. Y vemos que es un proceso que tiene tantas contraindicaciones que está al borde del colapso. En este momento el rendimiento de la propuesta de la agricultura moderna, en términos de energía, es casi deficitario, está cerca de superar el 1 a 1. Sin embargo, la propuesta de la agricultura tradicional, ya sea la agroecología o alguna variación de la agricultura tradicional –incluso reconociendo un espacio para la tecnificación y solución de algunos problemas que no creó la agricultura tradicional- ahí estamos cerca de 4 a 1. La diferencia es abismal; y por eso apoyamos esto, porque al final del día esto nos va a salvar y no lo otro.

 

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