Se multiplican las escuelas rurales en manos de organizaciones campesinas. En Argentina, donde la soja transgénica parece no detener su avance, las escuelas también son espacios de resistencia.
Experiencias de Chaco, Córdoba y Mendoza que dan esperanza a los jóvenes que quieren seguir viviendo en el campo.
Por Darío Aranda Publicado en la Jornada del Campo, México 23 de junio de 2012http://www.jornada.unam.mx/2012/06/23/cam-energia.html
“La escuela actual te educa para los agronegocios. Necesitamos otra educación, que enseñe que el campo es más que soja. Por eso nació la escuela”, explica con paciencia docente Andrés Daniel Duarte, 21 años, de la provincia del Chaco, norte argentino, donde el avance sojero hizo (y hace) estragos con desmontes, fumigaciones y expulsión de familias campesinas. Experiencias similares, escuelas autogestionadas por campesinos, se repiten en las provincias de Córdoba y Mendoza (centro y oeste del país, respectivamente). Entienden la educación como una herramienta más para resistir al avance del agronegocio.
El Foro Multisectorial por la Tierra del Chaco (al norte de Argentina) denuncia el “vaciamiento del campo”. A mediados de siglo la población rural provincial representaba 70 por ciento, en 1991 había descendido a 28.5 y en 2001 sólo representaba 16.5 por ciento. Aun sin datos precisos del censo más reciente (2010), todas las organizaciones anuncian que el despoblamiento continúa, y apuntan al avance de la soja transgénica, que ya abarca el 56 por ciento de la tierra cultivada (19 millones de hectáreas). Cifras del Movimiento Nacional Campesino Indígenas (MNCI-Vía Campesina) denuncian que en la pasada década de la mano del avance transgénico fueron expulsadas de sus tierras al menos 200 mil familias campesinas.
El departamento de General San Martín, en el centro del Chaco, fue un histórico espacio de grandes estancias dedicadas a ganadería y agricultura. A medida que avanzó la soja, los campos se vendieron y los trabajadores rurales (que vivían en esas mismas chacras) fueron expulsados a las grandes ciudades. “Nosotros queríamos seguir viviendo en el campo”, explica con voz que apenas se escucha el joven Romero. No se fueron a la ciudad. Acamparon –en condiciones precarias– en la banquina, ese espacio limítrofe entre la ruta y el alambrado del campo que siempre habían trabajado pero ya no los necesitaba. Así nacieron “los banquineros”, 20 familias, que permanecieron cuatro años al costado del camino, parcelas de no más de 30 metros de ancho y cientos de metros de largo. Hicieron lo mismo de siempre: sembraron, criaron animales, cosecharon y también exigieron tierras.
En 2009, luego de un largo proceso de lucha, lograron que la legislatura provincial expropiara 500 hectáreas. “Ya teníamos tierra. Había que producir. Y seguir luchando, por eso necesitamos estudiar, para que los jóvenes se queden en el campo”, resume Romero, ex banquinero.
En toda la zona sólo había escuela primaria. Los hijos de campesinos debían ir a la ciudad o abandonar los estudios. Así nació la Escuela de la Familia Agrícola (EFA) “Fortaleza Campesina”, más conocida como “la escuela banquinera”, especializada en ciencias naturales y frutihorticultura, con orientación agroecológica. Dos objetivos principales: el derecho a la tierra y la salud de los ecosistemas.
Aún no tienen edificio propio, comparten espacio con una escuela primaria y(cuando los horarios se superponen las clases son debajo de los árboles. Pero es lo de menos: ya cuenta con 140 chicos que estudian y quieren quedarse a trabajar y vivir en el campo.
Al otro extremo de Argentina, al oeste del país, límite con Chile, la provincia de Mendoza siempre fue famosa por los atractivos turísticos (nieve, montañas y lagos de postal) y sus viñedos, pero en los últimos años comenzó a cambiar. Empresas mineras trasnacionales y la ganadería intensiva, expulsada de la Pampa Húmeda por la soja, multiplicaron los conflictos rurales. La Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra (UST) es la organización fuerte de la provincia, base local del MNCI-Vía Campesina, con la sede central en la localidad de Jocolí.
Proyectos productivos (vinos y tomates en conserva), una radio comunitaria (FM Tierra Campesina) y una revista (Grito Cuyano). En 2010 comenzaron un proceso de asambleas y debates para pensar qué educación querían y necesitaban como organización. En 2011 nació la escuela campesina, con el eje central articulado en torno a la agroecología.
Concurren 60 alumnos (tanto jóvenes como adultos) y tienen dinámica de alternancia, una semana presencial en aula (en la sede central de la organización) y tres semanas de prácticas en la finca de las comunidades. Consiste en tres años de cursada y también tiene reconocimiento oficial. En sus lineamientos iniciales dejan explícito el plano político e ideológico desde el que se crea la UTS y la escuela: “Nos oponemos al modelo de agronegocio y a la agricultura industrial”. Proponen un modelo diferente: la soberanía alimentaria.
En el centro geográfico del país, la provincia de Córdoba siempre ubicó a la zona agrícola próspera al sur provincial. Soja transgénica mediante, los empresarios rurales comenzaron a expandirse hacia el norte, y los conflictos se multiplicaron. A fines de la década de los 90s nacieron las primeras organizaciones de lo que luego se transformaría en el Movimiento Campesino de Córdoba (también forma parte de la Vía Campesina local).
La organización siempre contó con espacios de formación política, con la educación popular como herramienta. Pero rápidamente visualizaron lo mismo que sucede en la ruralidad argentina: las escuelas primarias no abordan la realidad campesina, los colegios secundarios escasean y obligan a los jóvenes a migrar.
En 2009 iniciaron tres escuelas, llamadas formalmente por el estado provincial “Centro Educativo Nivel Medio para Jóvenes y Adultos” (Cenme), para mayores de 18 años. Y, para los chicos de entre 14 y 17 años, en 2011 iniciaron otra escuela, todas en pequeños parajes del norte provincial. Brindan las materias obligatorias de los planes de estudio de la provincia (matemáticas, lengua, inglés y ciencias sociales, entre otras), pero los diferencia la metodología: nada de un docente que habla y muchos alumnos que escuchan. La educación popular sigue siendo la herramienta pedagógica. Además hay materias como “producción campesina”, imprescindibles para mostrar otro modelo de campo, donde no se utilizan agrotóxicos y, como resalta el Movimiento Campesino de Córdoba, producen “alimentos sanos, para el pueblo”.