Por Clara Riveros Sosa
Oc Ocurre que en octubre del año pasado, bajo otro gobierno provincial y de signo distinto al actual, apareció repentinamente el proyecto de acordar la instalación de una planta de arrabio, de empresa brasileña, en la localidad de Puerto Tirol. Y decimos que “apareció repentinamente” porque sorprendió a toda la ciudadanía, aunque al hacer la presentación del proyecto el propio ministro de la Producción de aquel momento reconoció que el asunto venía tratándose desde julio del 2004, claro que de manera restringida a los representantes de la empresa y algunos funcionarios del gobierno.
Ante la intempestiva publicación de esa iniciativa, tanto organizaciones de la sociedad civil como personas particulares, conscientes y preocupadas por los alcances y consecuencias de la radicación de tal industria y frente a la inminencia de su concreción, se abocaron a toda marcha a buscar información de fuentes no gubernamentales, a estudiar e investigar sus muchos aspectos e incluso a proponer alternativas válidas y desprovistas del impacto negativo que conllevan este tipo de instalaciones fabriles. Toda esa energía se canalizó fundamentalmente en el colectivo denominado Foro por la Tierra -multisectorial y apartidario- que constituido con bastante anterioridad venía bregando por los derechos avasallados de campesinos, aborígenes y pequeños productores.
Cabe recordar que la planta de arrabio va asociada, por su enorme y permanente demanda de carbón y de agua dulce, al arrasamiento de nuestros bosques nativos -ya en alarmante disminución- y a la afectación del recurso líquido y vital, también en acelerado deterioro en todo el mundo. A su vez, esas devastaciones precipitan una interminable serie de calamidades socio-ambientales con efecto dominó.
LA HISTORIA SIN FIN
Desde octubre de 2007 transcurrieron elecciones, cambio de gobierno y de partido gobernante, además del necesario período de asentamiento de las flamantes autoridades. La actual gestión había prometido detener y revertir los malos manejos de la anterior y poner en la tarea el mayor empeño.(…) Hoy, no obstante, se está repitiendo la misma situación, lidiando otra vez con el mismo conflicto, con la única diferencia de que ahora la planta se ubicaría en Puerto Vilelas en vez de Puerto Tirol. Esta nueva localización solamente desplaza geográficamente el problema a un sitio igualmente cuestionable y le añade otros ingredientes.
En oportunidad de una reciente audiencia del gobernador Capitanich con el del Foro por la Tierra que deseaba plantearle sus inquietudes en diversos órdenes, el mandatario había expresado, respecto de la planta de arrabio, que se realizaría un estudio de impacto ambiental (EIA) no unilateral sino con la participación de reconocidos especialistas, que además se convocaría a audiencia pública para tratar el proyecto de manera participativa y que, con la planta ya en funcionamiento, se la haría objeto de estrictos controles para obviar todo posible daño al ambiente y a la comunidad.
La cuestión es que hoy se cuenta con un EIA realizado por una consultora, con apariencia de esbozo y referido a un proyecto que, como tal, aun no ha sido presentado a la sociedad. Más adelante volveremos sobre ese largo documento de 147 páginas, pero podríamos hacer una pequeña acotación (de las muchas que le caben) como para hacer comprensibles, más allá de detalles técnicos, las objeciones que se le pueden plantear.
Un ejemplo: el estudio se remite a una encuesta realizada en Puerto Vilelas según la cual la población apoyaría mayoritariamente la localización de la planta de arrabio. Sería bueno saber qué y cuánta información se le brindó previamente a los encuestados (por las dudas digamos que la mera publicidad no constituye información) y además si la situación de pobreza y desempleo no obra como un poderoso estímulo para aceptar incondicionalmente cualquier perspectiva de trabajo, incluso a sabiendas de los riesgos que se corren. Además, para la gente de Puerto Vilelas, los riesgos son, de una manera lamentable y frustrante, parte de la vida cotidiana. Hay que recordar que allí se convive con las amenazas de inundaciones, con la ominosa cercanía de grandes depósitos de combustibles y con las secuelas de muerte y enfermedad producto del saturnismo (contaminación por plomo) que todavía perduran como venenoso recuerdo de la ya desaparecida fábrica National Lead (“la Plomo” como se la llamaba popularmente).
Respecto de las apreciaciones que bajo estas circunstancias puedan hacer los habitantes de Vilelas acerca de la instalación de la planta, viene a la memoria un documental sobre unos pueblitos de la Puna jujeña, sumidos en una miseria extrema y demasiado apartados de las ciudades “donde Dios atiende”. Allí, por escasa rentabilidad, habían cerrado las minas que les proveían un magro salario a cambio de su salud. La empresa dejó en el centro de la aldea elevados montículos de desechos tóxicos propios de la actividad abandonada.
Preguntados varios ex-mineros si, en el caso de que se reanudase la explotación, allí o en lugares próximos, acudirían a buscar trabajo en las mismas condiciones, estos hombres, que aparentaban el doble de su edad real, con los pulmones destrozados y escasos de fuerzas, contestaban que sí lo harían o bien enviarían a sus hijos, con plena conciencia de lo que esto significa, pero de que no existe para ellos ninguna otra alternativa para subsistir, malamente, unos pocos años más. Valga esto como caso extremo para ilustrar el valor del contexto en que se formulan las preguntas.
Con seguridad se nos prometerá, una vez más, que la contaminación será aquí prácticamente inexistente. No podemos creerlo dado que en el país entero las industrias contaminan libremente y por donde quieran, incluso a las puertas de la misma Buenos Aires y hasta dentro de ella. Resultaría muy didáctico y beneficioso que, en todo el país, gobernantes y empresarios hicieran, por caso, un recorrido náutico completo y minucioso por los ríos Reconquista, el Riachuelo, nuestro también maltratado río Negro y contemplar y oler los patios traseros (no resultan otra cosa) de las industrias, con sus espantosas emanaciones y efluentes, y la dramática vida, sin asomo de ninguna calidad, de la gente que, impotente, los padece de cerca. Ni hablar del río Salí que parece concentrar todas las contaminaciones agrícolas e industriales más desastrosas que fuera posible imaginar. Ni de los polos petroquímicos de Dock Sud y de Bahía Blanca. Y allí no termina ¿Por qué aquí, en el Chaco, donde no se controla a industrias cuya contaminación ya es histórica, va a resultar diferente? ¿Por qué aquí, donde provocar daños ambientales no resulta pasible de sanción efectiva?
Creemos que el Chaco no “merece más” de lo mismo sino algo mejor.
Publicado en El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, Argentina, el sábado 10 de mayo de 2008