“Llamaban a las radios pidiendo que vinieran autoridades sanitarias porque la gente se enfermaba y no sabía de qué”, relata Andrea al recordar el inicio de la epidemia de dengue en la provincia de Chaco, en el norte argentino.
Los médicos diagnosticaban y medicaban gripes, el gobierno local ocultaba las primeras señales y desde el Estado nacional faltaba reacción. “Se corría la voz de que era por la fumigación en el aeropuerto contra las palomas”, recuerda Andrea, sin saber si reír o llorar.
Fuente: Diario Nuestro País (Costa Rica)
La situación no tardó en estallar en Presidencia Roque Sáenz Peña, la segunda ciudad del Chaco que concentró la asistencia médica de la región provincial afectada por el virus transmitido por el mosquito Aedes aegypti.
La combinación de factores fue explosiva: cambio climático y deforestación, pobreza, cambiantes corrientes migratorias entre Bolivia, Argentina y Paraguay según el tipo de cambio, un sistema sanitario insuficiente y la inacción estatal.
El Chaco reúne unos 10.400 casos confirmados de dengue, casi la mitad de los registrados en todo el país. Pero el jefe de infectología del Hospital 4 de Junio de Sáenz Peña, Sergio Rodríguez, advierte dos datos no tenidos en cuenta en las estadísticas oficiales: cada diez casos de dengue, siete pueden pasar desapercibidos por la ausencia de síntomas graves.
“Y con cierto nivel de evidencia, tenés que multiplicar la cantidad de datos denunciados por cuatro, y en el peor de los casos, por nueve para llegar al número real”. Sólo se confirmaron dos muertes por shock por dengue, aunque los fallecimientos vinculados al dengue fueron varios más, en su mayoría en casos combinados con otras enfermedades, automedicación y bajas defensas inmunológicas.
La percepción social de la situación es notablemente diversa en Sáenz Peña, aunque en el fondo, todos terminan admitiendo que el mosquito es uno de sus principales enemigos, al menos mientras no cambien las condiciones de pobreza en la región.
Manuel es taxista, trabaja doce horas por día los siete días de la semana para ganar 900 pesos (240 dólares) mensuales, unos cien pesos por debajo de la línea de pobreza estimada por el Estado para una familia tipo. Y el dengue fue un detalle más en su vida de sacrificio. Diez días de sufriente postración, sin poder trabajar.
“Me enfermé yo, mi mujer, mis vecinos, mis padres, aunque por suerte a distinto tiempo, así pudimos ir cuidando de los niños. Nadie nos dio nada, ni repelente, ni paracetamol”, el único antifebril recomendado para evitar una hemorragia. Y entre todos se ayudaron para soportar la falta de dinero en estos barrios de los suburbios de la ciudad.
Quien sufrió dengue no lo olvida. “Empecé con fiebre, fiebre, mucha fiebre. Y tuve un dolor muscular muy fuerte, peor que en una gripe, que después pasó a las articulaciones. Me salieron tres ganglios en el cuello, dolorosísimos”, rememora Andrea.
“Te agarra mucha sed, empezás a tomar mucha agua y después viene ese gusto amargo en la boca que no te deja comer nada. Y no soportás la luz, sufrís un dolor intenso detrás de los ojos”, añade Andrea.
También tuvo una erupción en la piel, muy urticante y molesta. Para otros, el dengue intenta ser una experiencia ajena. En sus barrios, un poco más acomodados, los vecinos se cuidan, pueden adquirir repelentes y no hubo tantos contagios. Pero la aversión al mosquito está grabada en el inconsciente colectivo.
“Ayyyy, un mosquito”, grita una mujer muy bien vestida protegiendo a su pequeña hija en un comercio al que había ingresado a adquirir crédito para su teléfono celular. “En mi casa estoy todo el tiempo fumigando, pero afuera uno no se puede confiar”, admite una vez que logra matar al insecto.
La población aborigen, estimada en unas 60.000 personas de las etnias qom (toba), wichí y mocoví, entre el millón de habitantes de Chaco, quedó esta vez al margen del dengue, aunque no de otras graves dolencias.
“Las comunidades indígenas sí padecen otras epidemias que vienen de arrastre, la tuberculosis, el Chagas, y el abandono del gobierno de la provincia porque no hay una política de salud aborigen”, advierte Egidio García, secretario del Instituto del Aborigen Chaqueño (Idach).
Los pueblos originarios tienen poco acceso a atención sanitaria, con la consiguiente falta de estudios de laboratorio que confirmen una infección.
Rodríguez subraya que el “el dengue es una enfermedad de la pobreza, pero de la pobreza estructural”. El director del hospital, Luis Lita, remarca que Chaco padece “dos problemas geopolíticos”. “No tenemos agua y la electricidad es muy cara. Sin red de agua potable, la gente se ve obligada a tener reservorios de agua en sus domicilios, y ahí es donde se multiplica el mosquito”.
La mayor cantidad de casos de dengue en el Chaco se registró en el corredor de las ciudades de Campo Largo, Charata y Sáenz Peña, mientras que la vecina provincia de Formosa, fronteriza con Paraguay, casi no registró enfermos por este virus gracias al intenso trabajo que realiza desde hace tiempo para controlar el Aedes aegypti, vector también de la fiebre amarilla.
Los especialistas señalan la carretera que vincula la región con Bolivia, en dirección al noroeste, como vía de ingreso de la enfermedad. Y la ausencia tanto de predadores del mosquito como de políticas estatales y comunitarias para evitar su reproducción. Una tapita de refresco con agua de lluvia alcanza para anidar cientos de larvas.
Chaco registró una intensa deforestación del monte Impenetrable, que cubre cientos de miles de hectáreas. La tradicional producción de algodón está siendo reemplazada por la soja y varios apuntan al efecto devastador del glifosato, principal herbicida utilizado en los cultivos de esta oleaginosa, en el medio ambiente y la cadena animal como una de las causas de la explosiva epidemia de dengue en el lugar.
“Nosotros vimos la parte más benigna del dengue, siendo que teníamos una población virgen de dengue, la primera infección clásica y febril, entonces asistimos al dengue febril, al dengue más benigno”, detalla el infectólogo. Rodríguez anticipa que la situación podría agravarse en el futuro, con la posible llegada de otras cepas de dengue a la región.
El abogado Roberto Núñez, del Centro Mandela de Chaco, busca las causas políticas, ambientales y sanitarias de esta epidemia.
“Hace once años tenemos el virus circulando, el tipo 1, y la mosquita adulta la tenemos hace 20 años. Los brotes anteriores no se estudiaron epidemiológicamente. Y este año nos agarró desguarnecidos, no teníamos prácticamente nada realizado”, subraya.
“Cuando en la segunda quincena de febrero se produjo el brote, seguido automáticamente del rango de epidemia masiva, nos encontró sin experiencia, sin conocimiento apropiado y sin manejo de criterio epidemiológico. Dimos todas las ventajas, hicimos todo lo necesario para tener la epidemia de dengue”, lamenta.
El gobierno chaqueño tardó en admitir la crisis sanitaria, que le costó incluso el puesto a la cuestionada ministra de Salud, Sandra Mendoza, esposa del gobernador Jorge Capitanich.
La llegada del otoño austral y el descenso de temperatura disminuyó además la actividad del mosquito y, por consecuencia, el número de nuevos casos de dengue.
Núñez avisa sin embargo que ya están puestos los huevos que eclosionarán a partir de septiembre. “El dengue nos ganó la primera batalla, que fue haber entrado. Lo que no nos tiene que ganar es la segunda, que va a ser el año que viene y los que vendrán”, concluye el jefe de infectología de Sáenz Peña.