23 de noviembre de 2010. Los cuerpos del Pueblo Qom de Formosa llevan las marcas de la salvaje represión. Desmienten al progresismo. Incomodan a los intelectuales orgánicos y obligan a tragar sapos a los periodistas acríticos. “Somos el Gobierno de los derechos humanos”, se inflan el pecho mientras niegan el presente indígena y campesino.
Por Dario Aranda
Ojos que interrogan. Pies descalzos. Vidas a las que se les niegan todos los derechos básicos. “Los únicos privilegiados son los niños”, afirman. Pero nunca se cumplió -ni se cumple- con los chicos indígenas, que encabezan las estadísticas oficiales de desnutrición, muerte infantil y analfabetismo.
23 de noviembre de 2010. Los cuerpos del Pueblo Qom de Formosa llevan las marcas de la salvaje represión. Desmienten al progresismo. Incomodan a los intelectuales orgánicos y obligan a tragar sapos a los periodistas acríticos. “Somos el Gobierno de los derechos humanos”, se inflan el pecho mientras niegan el presente indígena y campesino.
Acorralados en pocas tierras. Privados de su forma tradicional de obtener alimentos. Rehenes de políticas clientelares.
Educación, salud, vivienda, trabajo. Todos derechos vulnerados, inventos del mismo blanco que creó el rifle a repetición, el trabajo esclavo, la soja transgénica, el desmonte, los agrotóxicos, la ganadería intensiva, la minería a cielo abierto. Un modelo que se publicita como el “desarrollo” y se traga vidas a cada paso.
Robo de bebés. Torturas. Secuestro de personas. Desaparecidos. Campos de concentración. Los pueblos originarios de la actual Argentina también sufrieron un genocidio.
Pero no son urbanos. No son blancos. No son clase media.
Y nadie reclamó un “nunca más”. De allí la continuidad, el presente de represión y asesinatos, el robo de territorios y el avance extractivo. Empresas (sojeras, mineras, petroleras), gobiernos y jueces son un bloque homogéneo.
“La tierra es nuestra vida”, resume Felix Díaz, referente qom que no se deja corromper ni cooptar, una fisura en el muro del poder. La Argentina del siglo XXI niega, sistemáticamente, los derechos humanos de los pueblos originarios. Los asesinatos en Formosa y las muertes por hambre en Salta son apenas una muestra.
Año de elecciones. En silencio cómplice, se mantiene el genocidio.