Es imposible resignarse a que en la Argentina aún haya niños que sufren hambre y desnutrición, y a que en algunas provincias, como Chaco, su número sea especialmente preocupante. Sólo la imperdonable falta de acción de las autoridades nacionales y de la provincia explica la persistencia de este flagelo.
Editorial Diario La Nación Martes 18 de agosto de 2009
En esta provincia, que cuenta con poco más de un millón de habitantes, la expectativa de vida, de 69 años, es seis años inferior a la del promedio del país, y mientras las cifras oficiales de la provincia arrojan un 35,4 por ciento de pobreza y un 9,4 por ciento de indigencia, un estudio efectuado por el Instituto para el Desarrollo de las Economías Regionales (Idesa) indica que la cantidad de pobres en realidad se eleva al 49,7 por ciento y el de indigentes al 17,2 por ciento. Resistencia es la ciudad con mayor cantidad proporcional de indigentes del país.
En cuanto al hambre, hay 15.000 niños de hasta 15 años que se encuentran desnutridos, mal nutridos o anémicos, en tanto que el Ministerio de Salud provincial reconoce que los números de 2008 son superiores a los de 2004, 2005, 2006 y 2007. De los 20.233 chicos de un año bajo supervisión médica, el 19,6 por ciento presentó déficit de alimentación.
Es preciso recordar que hace dos años, la muerte por falta de alimentación de 15 aborígenes chaqueños en poco más de tres meses obligó a la Corte Suprema de Justicia a instar tanto a la Nación como a la provincia a solucionar en forma urgente ese drama. El año pasado, la organización no gubernamental Centro de Estudios Nelson Mandela advirtió sobre un agravamiento en las condiciones de hambre y pobreza entre las comunidades aborígenes del Chaco, ante lo que consideró un fracaso de los planes tanto del Estado nacional como del provincial, y advirtió que más personas podrían morir por esa causa.
Dos semanas atrás, la Marcha del Hambre reunió a 3000 chaqueños, que recorrieron 200 kilómetros desde Pampa del Indio hasta la capital provincial, en reclamo de comida al gobernador Jorge Capitanich, quien asumió hace menos de dos años. Los manifestantes aún permanecen en la plaza central de Resistencia.
La desnutrición es una consecuencia directa de la pobreza y la indigencia, y por eso se presenta con particular dramatismo en las provincias del Norte, donde también se cobra víctimas entre la población adulta, como ocurre en Chaco, Formosa y Santiago del Estero.
En el caso de Chaco, también ha incidido la sequía que se prolonga desde hace cuatro años, y que ha hecho fracasar cosechas y ha matado a buena parte de la hacienda.
Años atrás, las numerosas familias wichis y tobas que viven en el Impenetrable en ranchos de adobe, paja y piso de tierra, solían subsistir mediante la caza y la pesca en un espacio determinado por un tiempo, y luego migraban hacia otro lugar para dejar descansar el monte y no agotar los recursos naturales. Pero luego, debido al desmonte excesivo, ya no pudieron alimentarse. La tala de muchas hectáreas para hacerle lugar a la soja extinguió especies animales y, con ellas, el alimento de los aborígenes. A su vez, la soja desplazó al algodón, un cultivo que en el pasado requería mucha más mano de obra.
Podría seguir haciéndose una lista de las causas de la presente situación, pero la persistencia del drama del hambre, derivado del de la pobreza, significa que ni las autoridades nacionales ni los sucesivos gobiernos provinciales han encarado con transparencia, seriedad y continuidad esta realidad que compromete el futuro de miles de argentinos que crecerán con las secuelas irreversibles que ocasiona la falta de alimento en los primeros años de vida.