Ayer murió Alejandro C., mocoví de El Tabacal, en el sur del Chaco. Hoy, 1 de agosto, lo enterraron en el fondo del cementerio de la Clotilde, en un cajón barato y llevado en una camioneta de la municipalidad. Alejandro murió después de un mes de agonía en el hospital de Resistencia adonde fue llevado de urgencia trasladado desde el hospital de Sáenz Peña debido a la gravedad de sus heridas.
Por Luis Acosta
Hacía un tiempo que venía con problemas de salud, derivados de la mala y poca alimentación, ya que su prioridad era alimentar a sus dos hijos, de 10 y 14 años, hoy huérfanos de padre. Para colmo la madre los abandonó ya hace tiempo, seguramente tras alguien que le dé un mejor pasar.
Hace un mes Alejandro se desmayó de hambre, como otras muchas veces, pero esta vez con la mala suerte de caer sobre las brasas encendidas del fuego donde todos lo días se prepara el mate con azúcar, que ayuda a pelearle al hambre que esta vez le ganó la mano.
Cuando sus hijos lo encontraron su pierna derecha ya estaba con los huesos a la vista.
Lo trasladaron lo más urgente posible a Resistencia donde después de esperar unos días los médicos decidieron amputarle la pierna pero con pocos resultados ya que la infección finalmente terminó con su vida.
Alejandro como todos los mocoví del Chaco vivió desde su infancia como cosechero. Su generación ya no conoció el monte ni la vida de cazadores-recolectores, sino que nacieron en un Chaco ya civilizado, poblado por miles de inmigrantes europeos a quienes este país generoso con lo ajeno, les dió tierras para cultivar. Cosa que hicieron durante los años en que el algodón era conocido como el “oro blanco”, con la ventaja de contar con la mano de obra barata de otros miles de aborígenes, que ya reducidos y amansados, quedaron viviendo en las cercanías de los campos de algodón.
Para los hombres y mujeres mocoví, niños, jóvenes y ancianos que anualmente trabajaban la cosecha, eran tiempos de bonanza, si la cosecha era buena, si la llovizna ayudaba y le daba más peso al algodón recogido por toda la familia durante 18 horas diarias de trabajo, se comía bien en esos meses, y se juntaban los pesitos para una nueva bicicleta o una radio a pilas para matar el silencio de las largas noches de invierno, cuando uno se olvida que en el Chaco hace calor, y hay que luchar con una
mantita y el fuego, contra el frío que se cuela por las chapas del ranchito.
Pero los años buenos pasaron, los hijos de los colonos que antaño protegían tanto como explotaban a los aborígenes, ahora cambiaron el “oro blanco” por la “peste verde”. Ese yuyo, alimento de chanchos de la China, que ya no da más trabajo a la gente. Se acabaron las carpidas y la cosecha.
Ahora con suerte se consigue una changa para destroncar en Santiago o Salta, completando el trabajo de las topadoras que se llevan lo poco que queda de monte, para sembrar ese yuyito que les dá esa platita a esos hijos de colonos que ahora se olvidaron lo generoso que fue el país con sus abuelos y sus padres. Que ahora hasta cortan rutas cuando el gobierno tan autoritario que tenemos, y eso que no usa uniforme,
les quiere sacar unos pesos de más.
Entonces los como Alejandro dependen ahora de changas, o de tener banca con algún puntero, o ser amigo del intendente, para conseguir algún plan que ayuda a conseguir la yerba y el azúcar.
Seguramente ningún diario cuente que se murió Alejandro.
Seguramente se hablará de los altos precios de los toros en Palermo, o del discurso duro que la SRA le va a decir a esa mina insoportable que ellos mismo votaron porque el tránsfuga del marido los ayudó durante sus años de gobierno.
Cómo explicar el dolor, el llanto, el grito ante la injusticia que Oscar, otro mocoví, amigo de Alejandro no pudo dejar de gritar en el sepelio.
Ah, cierto, Alejandro, Oscar y varios otros de El Tabacal son creyentes evangélicos desde hace muchos años.
Esta es la crónica de ésta y otras muertes anunciadas, que van a seguir mientras no gritemos, no hagamos algo para parar a esta máquina de matar. Para desmitificar a este sistema de mierda y de muerte que se lleva a los Alejandro de este mundo.
“Hoy aquí les pongo delante de ustedes, la Vida y la Muerte, elijan por favor la Vida”
(Deuteronomio, La Biblia)