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La supuesta democratización de la soja

Como cultivo para la exportación, la soja ayudó a una minoría de propietarios de campos a salir de las deudas que tenían y les permitió alcanzar niveles de vida jamás imaginados. El nuevo paisaje argentino pasó a ser el de los desiertos verdes de los monocultivos: los pequeños pueblos desaparecieron, y también innumerables oficios y prácticas culturales, como los alambradores, los puesteros y gran parte de los tamberos. Desapareció la familia rural, el arraigo, y languidece en las periferias urbanas la antigua cultura rural.

Por Jorge Eduardo Rulli (*)
Fuente: Ecoportal.net

Digamos una vez más, porque es importante tomar plena conciencia, que las sojas rr, modificadas genéticamente, son parte de un paquete tecnológico compuesto por herbicidas y otros tóxicos, y ciertas tecnologías agrícolas como la siembra directa, tecnologías que a partir de los años noventa instalaron en la Argentina un modelo productivo de gran escala y enorme dependencia de insumos. Las consecuencias sociales y ambientales de esta agricultura industrial con transgénicos fueron realmente devastadoras para nuestro país. Además de la desaparición de muchísimos miles de pequeños y medianos productores, millones de argentinos se vieron obligados a migrar del campo a la ciudad, expulsados de sus pueblos y arrancados de sus modos de vida tradicionales, para instalarse en periferias urbanas de pobreza extrema y pasaron a ser sostenidos con planes asistenciales que se pagaron con las retenciones a la soja y debieron alimentarse en los comedores para indigentes y en los comedores escolares, con la misma soja transgénica que la Argentina producía como forrajes para los cerdos y las gallinas de Europa y China.

Como cultivo para la exportación, la soja ayudó a una minoría de propietarios de campos a salir de las deudas que tenían y les permitió alcanzar niveles de vida jamás imaginados. El nuevo paisaje argentino pasó a ser el de los desiertos verdes de los monocultivos: los pequeños pueblos desaparecieron, y también innumerables oficios y prácticas culturales, como los alambradores, los puesteros y gran parte de los tamberos. Desapareció la familia rural, el arraigo, y languidece en las periferias urbanas la antigua cultura rural. La frontera agropecuaria se expandió, y barriendo el monte y la vida campesina llegó a las selvas de yungas, empujando la caña y los cultivares de limones hacia los piedemontes.

El precio de la tierra hizo impensable la ganadería, al menos tal como la conocíamos. Ahora, el ganado se amontonó en los feedlots o se marginó en las zonas de esteros, en islas o en lugares donde el proceso hegemónico de agricultura no podía imponerse por carecer de tierras aptas. La práctica de una agricultura sin rotaciones, sumado a intensas y reiteradas fumigaciones de tóxicos, liquidaron buena parte del fósforo, los nutrientes y la vida microbiana de los suelos argentinos. Algunos ecosistemas como el del Chaco o el norte santafecino colapsaron, el cáncer se convirtió en epidemia y la Argentina batió record de cosechas y de niños nacidos con malformaciones, debido a que sus madres estuvieron en contacto con los venenos o fueron fumigadas durante el embarazo. En los marcos de la llamada globalización, el caso argentino es emblemático de la nueva sumisión a las corporaciones, de la instalación de un modelo productivo que por sus extendidos daños colaterales perpetra un verdadero genocidio sobre la propia población.

Se favoreció el modelo de los agronegocios, que partía del concepto de hacer de la agricultura un negocio y no una forma de la existencia en el campo como lo fuera anteriormente con los chacareros.

Los espacios de producción de alimentos y los espacios de comercialización de alimentos frescos desaparecieron, en beneficio de las cadenas agroalimentarias y de la industrialización de todo aquello que constituye la comida de los argentinos. El trabajo precario sostiene actualmente, en gran medida, el reducido mercado de verduras y hortalizas, mientras el modelo agroexportador se reconfigura hacia nuevos parámetros de producción y dependencia global a las grandes corporaciones. Las actuales crisis del campo ocultan bajo el circo mediático de las políticas electorales, la profundización del actual modelo. Estamos a medio camino entre la republiqueta de la soja forrajera, y la republiqueta de los biocombustibles y de la biogenética, estadio en el que primarán definitivamente los grandes “pooles” [o fideicomisos agropecuarios], el complejo aceitero sojero, los grandes “feedloteros” [dedicados a la engorda intensiva de ganado], los frigoríficos, las refinerías de agrocombustibles y los exportadores […] De hecho, hace mucho que todo el país depende de una discusión sobre los derechos de exportación, y sin embargo, jamás se ha escuchado a un exportador hablar del tema y aparentemente están muy conformes con las políticas existentes, de tal manera dicen los expertos, que en la Argentina ganan hasta cincuenta veces lo que ganarían en otros mercados de exportación, sin contar con controles significativos sobre las actividades que realizan.

Por otra parte, la insistencia de la izquierda local sobre la propiedad de la tierra y el que se levante la consigna de la reforma agraria como solución al problema de la creciente sojización, confunde el pensamiento de la opinión pública y resulta absolutamente funcional al modelo impuesto por las corporaciones. A menos que nos refiramos a la propiedad del dominio de la tierra que ocupan desde antiguos pequeños campesinos de provincias interiores, estaremos sacando el foco de atención de la necesidad de desactivar el modelo para llevarlo, como en una operación distractiva, a los confines del modelo, donde se expande la frontera de agriculturización compulsiva y las situaciones pueden ser sumamente dramáticas, pero nunca decisivas. La insistencia en la consigna de reforma agraria por parte de una cierta izquierda, sin el acompañamiento explícito del concepto de soberanía alimentaria, encubre la aspiración inconfesable de ampliar el actual modelo de monocultivos transgénicos con nuevos contingentes de sectores rurales, en una operatoria que hemos denominado con sarcasmo: la “democratización del modelo sojero”.

Hoy la cuestión pasa clara y determinantemente, por el uso y no por la propiedad de la tierra, ya que ningún gran capitalista, al precio de la tierra en la actualidad, aceptaría mantener semejantes capitales inmóviles, cuando su dinero se le reproduce más fácilmente en los servicios, en la intermediación o en el uso de la tierra ajena a la que empobrece sin mayores consecuencia para el propio patrimonio. El problema surge de consolidar el modelo de la soja canalizando hacia luchas sociales a los desocupados de la agricultura. De esa manera, facilitó la instalación del modelo actual asistencial y clientelar, modelo social complementario e indispensable a los planes corporativos que requieren tan sólo del territorio y de los bienes naturales: biocombustibles, minería por cianurización, bosques implantados y pasta de papel. Las corporaciones no necesitan hoy de las derechas, sino que precisan gobernantes y líderes que se ocupen de lo social y que estén convencidos, tal como conviene a las empresas, que el hambre del mundo puede solucionarse con más y más biotecnología. Las corporaciones necesitan líderes con los que puedan negociar las nuevas reglas del dominio internacional, líderes que administren la fragmentación actual de la sociedad y que acentúen los crecientes astillamientos de las identidades y de los intereses, en las nuevas metrópolis de la pobreza, conglomerados urbanos en proceso de volverse tugurios, siempre al borde de los colapsos ambientales y sumidos en la inseguridad y particularmente en la inseguridad alimentaria.

En las nuevas sociedades globalizadas, la conciencia ciudadana languidece sumida en el consumo de imágenes, mientras la política pareciera haberse transformado en un modo de vida en que unos pocos hacen negocios y otros muchos se aseguran un salario magro de aquí a las elecciones. El resto, parece dispuesto a optar, una vez más entre la Coca y la Pepsi. El grueso de los intelectuales, permanecen agobiados por su propia historia, en un mecanismo de negación de los fracasos que sólo saben leer como derrotas, mecanismo que los conduce a persistir una y otra vez en el mismo o similar error.

Los costados progresistas de la izquierda latinoamericana, manifiestamente anacrónicos en épocas de cambios climáticos y de evidente agotamiento de los recursos de vida del planeta, su rechazo a comprender la importancia de la ecología en la lucha de los pueblos, y esa contumaz convicción en la neutralidad de las ciencias y de las tecnologías, heredada de los mitos de los siglos xviii y xix, los hace funcionales a los intereses de las corporaciones y al modelo de globalización y post globalización.

Mientras tanto, las nuevas plagas globales surgidas de esos siniestros estercoleros y pozos sépticos de la nueva y gigantesca industria de producción de carnes en encierro, siembran el terror en las poblaciones del planeta como si fuesen amenazas apocalípticas y posibilitan ingentes negocios de las corporaciones de los medicamentos. Gigantismo de las producciones, bioindustria, monocultivos con transgénicos, desaparición de la biodiversidad, ausencia del Estado, desprotección creciente de los pueblos, contaminación y descenso de los sistemas inmunológicos son los resultados inevitables de estos modelos que se impulsan tanto desde las derechas como desde las izquierdas.

Necesitamos escapar de esas trampas y persistir en la búsqueda de nuevos caminos. Somos cada vez más los que participamos en la empresa de salvar el planeta y recuperar escalas y modos de vida que respeten nuestra propia humanidad. En esta batalla por la vida no existen tareas menores, y el sentido de la responsabilidad personal es uno de los instrumentos más formidables que podemos comprometer en la lucha. De allí la importancia de la concientización y de las prácticas ecológicas que millones de personas están incorporando: nuevos hábitos de reciclaje, rehuso y reutilización; reemplazar las bolsas de plástico, desmedicalizar la propia salud, producir los propios alimentos y reproducir árboles y difundirlo, comprar a pequeños productores en mercados locales y adecuar la alimentación a los frutos de estación, evitando todo lo posible los productos industrializados. Estamos en el buen camino y somos cada vez más numerosos, ni siquiera nos proponemos ganar, sino que hemos hecho del camino la batalla por la vida. No nos pueden vencer.

(*) Jorge Eduardo Rulli – La versión completa de este editorial (3 de mayo de 2009)del programa radial Horizonte Sur, puede consultarse en la página electrónica del programa, transmitido por 870 AM en Radio Nacional, Buenos Aires, Argentina, http://horizontesurblog.blogspot.com/- Este es un extrato publicado por la Revista BIODIVERSIDAD, SUSTENTO Y CULTURAS de GRAIN

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