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En el origen estaban los originarios

Un proyecto de la diputada Silvia Vásquez para la personería jurídica de los pueblos nativos.  Un conjunto de normas que buscan el reconocimiento cultural de los pueblos originarios, tal cómo esos mismos pueblos se identifican culturalmente. También se propone la personería jurídica de pueblos, porque la tierra no pertenece a individuos, sino a la comunidad.

Por Rocio Llama
Página 12

El proyecto de ley sobre reparación histórica de pueblos originarios argentinos busca el debate en la Cámara de Diputados. La iniciativa promueve que la diversidad cultural sea reconocida con un “estatus legal” y que además sea coherente con el mandato constitucional, lo que implica admitir a las distintas comunidades indígenas como pueblos con su propia forma de organización”, explicó a Página/12 la autora del proyecto, Silvia Vázquez, diputada por Concertación-Forja. Para lograr ese reconocimiento, el proyecto otorga la persona jurídica indígena de derecho público por su preexistencia al Estado nacional. Otro de los puntos de base que plantea la norma es que se admite el derecho de “la propiedad colectiva indígena” en el Código Civil, para que sea aceptado el concepto que tienen los pueblos originarios sobre la tierra y sus recursos: “Es del pueblo y no propia de un sujeto –resaltó la funcionaria–. Nosotros planteamos que estas dos realidades culturales diversas puedan coexistir en un mismo país y no que la cultura dominante imponga su forma a las otras”.

A la iniciativa vertebral sobre reparación histórica se suma el proyecto de ley sobre la ratificación del Convenio 169 de la OIT, “para que ese texto, que habla del respeto absoluto por la libertad cultural del otro, integre y tenga la misma jerarquía que la Constitución nacional”, informó Vázquez.

Tal como explicó la diputada, “esta es una creación legislativa en la que trabajaron alrededor de 25 Consejos de Participación Indígena y refleja sus aspiraciones más profundas en términos de recuperación y respeto de la diversidad e identidad cultural, en términos de reivindicación de sus derechos a la tierra y su relación particular con los bienes”. El proyecto da cuenta de “las demandas más ancestrales, y al mismo tiempo vigentes de desarrollo de las comunidades originarias”, manifestó.

Para explicar uno de los ejes fundamentales de la iniciativa, el reconocimiento de la persona jurídica de los pueblos –incorporándolos en el artículo 33 del Código Civil–, Vázquez apeló a un recorrido por la historia. Luego de más de cien años de desconocimiento y la ignorancia de la cultura del otro, “la Constitución Nacional de 1994 reconoció a los pueblos originarios el carácter de preexistencia. Esto se sustenta en que al momento de la constitución del Estado argentino, aquí había otros que eran los titulares de todo lo que había. Cuando la Corona se retira derrotada de nuestra América, las tierras estaban en poder de los pueblos originarios. Es decir, que ellos son claves en la constitución de los Estados nacionales y, antes, en las luchas por la independencia”. Entonces, si estos pueblos son anteriores al Estado e incluso a la Iglesia Católica, ¿por qué no tienen la misma jerarquía jurídica que ellos?, planteó la diputada. Este reconocimiento les otorgaría la posibilidad de su autodeterminación, la conformación de su propia forma de organización y sus instituciones, porque “cada pueblo tiene derecho a hacerlo de la manera que ancestralmente su cultura se los determina”, indicó.

Muriendo de Identidad

Por Pablo Bonaparte (*)

Dice el informe médico que murió por causas naturales. Treinta y dos puñaladas lo atestiguaban… Naturalmente, todos morimos cuando tenemos tantos agujeros en el cuerpo.

Algo parecido pasa con la identidad de las pequeñas comunidades, sometidas a los designios de la identidad de otras. Con el tiempo van muriendo de identidad, naturalmente. En su momento, esto se llamó aculturación; después, con un poco de vergüenza académica, etnocidio.

Pocos relacionan que la llegada de los europeos a América significó el comienzo de los dos mayores genocidios de la humanidad: el africano y el americano. Era la llegada del espíritu emprendedor y civilizatorio que estaba unificando al mundo irremisiblemente. Desde ese entonces nadie puede presentarse en sociedad fuera de esos parámetros. Así el indio, para ser reconocido, debió hacer equilibrio sobre el delgado hilo de la moralidad occidental, mientras los poderosos se ocupan de enrollar la soga de su lujuria en el cuello de los más débiles. A principios del siglo XX, las damas de sociedad limpiaban las heridas que sus maridos producían en los cuerpos de campesinos y obreros. Enseñaban a los pobres (la nueva categoría del indio domesticado) lo liberador que es la buena educación y lo lindos que se veían con los diseños del blanco. Nada de esto nos horroriza hoy verdaderamente, ya que fueron puñaladas debajo de los vestidos mientras todos bailábamos al son del pericón nacional de la generación del ’80…

El canon de la democracia exige que no exista explotación o, por lo menos, que no se vea. Eso, unido a la responsabilidad que le da el neoliberalismo a la iniciativa individual, hace que los pobres sean pobres por su responsabilidad. Pero no están solos… ahí vienen para ayudarlos las tropas de la clase media trayendo el cuerno de la abundancia por su valor permanente de adaptación al mercado a través de la creación liberadora, se exige únicamente que el pobre repiense su identidad y diseñe un ser nuevo, con los escombros que dejó la amnesia de su explotación y todos los elementos que podamos encontrar en un supermercado. Estamos frente a una política donde el asesino no clava las treinta y dos puñaladas, sino la propia víctima sobre su cuerpo. Pero una vez muerto habrá renacido un integrante más feliz, más adaptado, del mundo moderno.

De más está decir que la clase media no está pidiendo nada que ella no se exija permanentemente. Ella sólo tiene acceso al mercado para débiles, que es a donde se lleva al pobre, es el mercado que vive de las sobras de la gran comilona, peleando por captar la atención de la mano que llena el buche de los poderosos y que tan brillantemente supo intuir Smith. Pero siempre hubo otro mercado, mucho más grande, que es el que tiene por amigos a los cinco dedos de aquélla y a su palma, es el que impone o instala el consumo, el de los grandes capitales. El Estado que por peso propio debería estar en el segundo mercado se empecina en formar cuadros para el primero, y luego se sienta a ver desde una esquina del ringside la guapeza de sus dirigidos frente a la mano invisible.

Vemos así como los hermosos arcos pulidos que les dieron alimento por generaciones a los pueblos originarios, trocan en gruesas y toscas ramas de madera blanda pintada con marcadores, las yicas de tejido apretado en vestidos sensuales con llamitas norteñas. Platos de barro mal cocido pintados con colores fluorescentes reclaman en conjunto su identidad al mercado, de la misma forma que Groucho Marx se defendía: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.

Decimos todo esto porque creemos que es deber del Estado jerarquizar las viejas herramientas de vida de los pueblos originarios, buscando instalar (no ofrecer) en el mercado su tradición americana, junto con la historia de su explotación, que incluye su producción actual de artesanías. Gracias a este doble proceso los pueblos originarios tienen la oportunidad de mirar lo que hacen y lo que hicieron y decidir quiénes son y también quienes quieren ser. Tener así en sus manos otra oportunidad de renacer. Pero esta vez por sí mismos.

Sería un buen espejo donde poder mirarse y reconocerse.

* Director del Mercado Nacional de Artesanías Tradicionales Argentinas.

El otro eje sobre reparación histórica plantea el reconocimiento en el Código Civil “de un derecho real que hoy no existe: la propiedad comunitaria indígena”, en el que el titular de las tierras y los bienes sea el pueblo, y no tal como lo plantea la concepción occidental, un derecho del sujeto. Para ello, el proyecto propone la creación de un registro de pueblos, y por eso es necesaria la conformación de la persona jurídica. Otro de los puntos que se plantean es la promoción de actividades económicas y culturales para un desarrollo autosustentable de todas las comunidades.

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