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El cambio hacia la agroecología es una opción de supervivencia

No es posible transformar la naturaleza en bienes y servicios eternamente, como lo requiere este modelo globalizado e insustentable. La apropiación de recursos naturales con el fin de convertirlos en mercancías, tiene como única finalidad incrementar la ganancia y el lucro, y comienza a ser cada vez más resistida por los pueblos.

Por Fernando Queirós Armand Ugón para RAPAL Uruguay*
Fuente Permahabitante

La globalización neoliberal, las políticas de apertura comercial de nuestras economías y mercados, el continuo y creciente ajuste estructural, junto con el desembarco de las grandes corporaciones agroalimentarias, nos han impuesto sus leyes y sus reglas que pasan por expoliar la naturaleza, crear desequilibrios, generar enfermedades y hambre, a costa de multiplicar sus ganancias y de hegemonizar las cadenas globales de mercancías de forma integrada, es decir, controlar la producción de materias primas, su procesamiento, su comercialización y el consumo.

Tales son las razones por las cuales estamos ante una hecatombe medioambiental caracterizada por la acelerada deforestación, la erosión de tierras, el crecimiento exacerbado de las ciudades (por emigración rural, entre otras causas), la sobreexplotación de los recursos naturales y el aumento de la inequidad.

No es posible transformar la naturaleza en bienes y servicios eternamente, como lo requiere este modelo globalizado e insustentable. La apropiación de recursos naturales con el fin de convertirlos en mercancías, tiene como única finalidad incrementar la ganancia y el lucro, y comienza a ser cada vez más resistida por los pueblos.

Soberanía para la supervivencia

La soberanía alimentaria no se refiere únicamente a la producción de alimentos para evitar el hambre de la población, sino que también implica asegurar que los alimentos sean óptimos para la salud biológica, mental y espiritual del ser humano. En este sentido, es preciso promover un cambio paradigmático en la forma en que se produce el alimento, cómo se distribuye e intercambia, la forma en la que se consume y la manera en la cual el consumidor se relaciona con el proceso de producción.

Si un país no puede decidir sobre la forma de producción de sus alimentos, entonces está muy lejos de tener soberanía alimentaria.

El avance de la “frontera agrícola” impulsado por los agrocombustibles es un atentado contra la soberanía alimentaria de los países del Sur, ya que la tierra para la producción agrícola se está utilizando en forma creciente para alimentar autos. La cantidad de cereales que se necesita para llenar un tanque de casi 100 litros con etanol una sola vez, alcanza para alimentar a una persona durante todo un año. La producción de agrocombustibles incide en forma directa sobre los consumidores, al aumentar el costo de los alimentos.

De todas las actividades humanas, la agropecuaria es la que se aplica a una mayor superficie, lo que nos involucra en un conflicto creciente entre las formas y estilos de hacer agricultura, la satisfacción de las necesidades básicas y la sustentabilidad del ambiente natural.

Más productividad y más pobreza

El control sobre nuestras semillas por parte de las grandes transnacionales como Monsanto, Dupont, Syngenta, Bayer, Dow, Basf, es el primer paso hacia la pérdida de la soberanía alimentaria, debido al cambio de su lógica de producción.

“El capitalismo aprovecha los desastres que provoca para generar nuevos negocios y como éstos generan nuevos desastres, entonces habrá nuevos negocios” (Ribeiro, 2007).

La agropecuaria se encuentra en una estrecha interdependencia con la naturaleza. El sector agropecuario continúa siendo el principal motor exportador del país. Más del 85 por ciento de las exportaciones tiene ese origen: carne, lana, lácteos, cereales, oleaginosos, cítricos, miel, vinos, arroz y madera. Si bien todos aceptan esta importancia económica, todavía son pocos los que se percatan de que este sector está inserto en un sistema ecológico. Nuestras riquezas como país agropecuario y turístico se sustentan en la naturaleza. Este marco determina limitaciones a la producción y al turismo.

En nuestro país existen datos de que si bien aumentó la productividad, ésta produjo una fuerte degradación de los suelos, problemas con el agua (por contaminación orgánica, por nitratos, como por disponibilidad) y aplicación indiscriminada y en aumento de agrotóxicos.

Los pretendidos aumentos de productividad de los modernos paquetes tecnológicos se logran a partir de enormes aportes adicionales de energía y materia. De esta manera cada kilogramo extra que se obtiene desde la tierra requiere proporcionalmente más y más aportes, de donde la eficiencia de todo el proceso, en vez de crecer, se reduce. Si bien los rendimientos por hectárea aumentan, ello requiere insumos cada vez más caros, intensivos, sofisticados y muchas veces contaminantes. Buena parte de estos impactos ambientales pasan desapercibidos por su carácter difuso, tal como sucede con la erosión o la alteración de los ciclos hidrológicos, lo que hace que sea difícil ponerlos en evidencia.

Sin embargo, un correcto balance de la productividad agropecuaria debería incluir esos costos ambientales, ya que posiblemente muchas actividades que hoy se definen como rentables en realidad estarían generando déficits económicos que son trasladados al Estado o el resto de la sociedad. Asimismo, se está agudizando la concentración de la tenencia de la tierra, la extranjerización de la misma, la compra de agroindustrias nacionales por parte de capitales extranjeros y la disputa de los recursos naturales de nuestro país por las grandes potencias mundiales y sus megaempresas. En menos de seis años el 24 por ciento de la tierra del país cambió de manos, principalmente en beneficio de extranjeros. Desde 2000 hasta el primer semestre de 2006 se vendieron en Uruguay 3,9 millones de hectáreas que representaron casi el 24 por ciento de la superficie del país.

Al igual que en el caso de los monocultivos de eucaliptos, pinos, caña de azúcar, soja y otros, el problema no es el árbol o la leguminosa o la gramínea, sino el modelo tecnológico productivo en el que se lo implanta. Todos estos cultivos y plantaciones tienen en común los problemas que causan: lesionan los derechos territoriales de los agricultores, erosionan el suelo, alteran el ciclo del agua, contaminan con agrotóxicos, eliminan otros ecosistemas y reducen la biodiversidad.

Por un modelo en beneficio de las mayorías

La sustentabilidad y la agricultura saludable exceden la mera conservación de los recursos naturales y del medio ambiente para convertirse en la expresión de un desarrollo económico y social equitativo.

El pasaje de una agricultura convencional a una sustentable es un proceso lento, complejo, que difícilmente se da en forma natural. Significa disponer de un conjunto de instrumentos económicos, sociales y políticos, así como tecnológicos, que orienten a productores y consumidores hacia una agricultura saludable.

En muchos países de Europa los agricultores son subsidiados por entender que la agricultura no es sólo producir un commodity (materia prima), sino que implica una serie de valores, una cultura, que debe ser resguardada, preservada y reconocida. Mientras tanto, en nuestro caso se atenta directamente contra un desarrollo rural integrado. Es indudable que favorecer un sistema productivo diversificado, que conserve el paisaje rural y productivo, permitiría mantener la calidad ambiental, preservar la biodiversidad, proteger el recurso suelo, administrar sosteniblemente las cuencas hidrográficas y sostener a la familia en el campo.

Nuestro país deberá aplicar ingentes y continuados fondos en sus sistemas de educación formal e informal “desde la base”, educar para la vida, formar seres humanos con capacidad para asumir críticamente la cultura dominante y transformarla. Deberá apoyar medidas y legislar para regularizar el uso, tenencia y extranjerización de la tierra, promover un ordenamiento ambiental y territorial participativo y sustentable, garantizar apoyos permanentes a la agricultura diversificada, la producción agroecológica, la agricultura familiar y la juventud rural, promoviendo la utilización de tecnologías apropiadas.

La agricultura convencional tiene impactos en el suelo (cambios en la microflora, microfauna, erosión), en la biodiversidad (simplificación de los sistemas, corrimiento de la frontera agrícola-ganadera), en la desaparición de especies nativas, en la salud de los consumidores y de los trabajadores rurales (residuos de agrotóxicos), contaminación de cursos de agua, contaminación genética (transgénicos), contaminación de aire. Todos estos impactos negativos no son calculados para fijar el precio final de los productos (trigo, leche, carne, frutas, verduras), pero deberían ser incorporados al precio final y considerarlos como lo que son: costos.

Así se verá claramente que la agricultura convencional no sólo es social y ambientalmente perjudicial, sino que ni siquiera es económicamente viable.

La oposición a la generalización de la producción agroecológica no tiene base en conceptos técnicos o económicos, sino ideológicos y políticos.

Para realmente tener un verdadero ordenamiento territorial sustentable, se requiere un trabajo conjunto, con todos los actores de una región, para garantizar un camino que nos conduzca a lograr: la soberanía alimentaria a través de sistemas de producción local con base agroecológica, la diversidad y no los monocultivos, la descentralización y no la concentración, permitiendo el acceso al agua, a las semillas, a la tierra y al uso de energías renovables diversas.

Como señaló el teólogo brasileño Leonardo Boff: “No basta solamente con adaptarse a la nueva realidad, ni es suficiente aminorar los efectos dañinos del calentamiento global, sino que hay que ir a algo más profundo: hay que refundar el sentir de la vida, hay que recrear una nueva espiritualidad, es decir, un nuevo sentido más amplio de nuestro pasar por este mundo, de nuestra coexistencia como seres humanos, para hacer que la Tierra, la humanidad, puedan y sigan teniendo futuro”.

Colaboración de Fernando Queirós Armand Ugón para RAPAL Uruguay (*)

*Ingeniero agrónomo, docente y productor agroecológico

Un comentario

  1. Soy estudiante de Gestión Ambiental en la UNICEN, Tandil Pcia. de Bs As. Estoy en el último tramo de la carrera, y estoy interesada en formar un proyecto agro-ganadero basado en un manejo sustentable. Como veo que ustedes están trabajando en la parte agrícola, quería saber si me podían brindar información sobre su experiencia. Me resultó muy interesante el artículo, basado en un enfoque ambiental en donde logran abarcan todas las dimensiones que se ven afectadas por el modelo económico/político/social actual. Pido algún correo electrónico, para seguir conectados.
    Muchas Gracias. Ingrid

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